Ese misterioso espacio de tiempo que a cada ser le toca vivir tiene su comienzo pero lamentablemente también ha de tener su final. ¿Cuándo se inicia la vida? La respuesta a esta simple pregunta puede abarcar solamente el ámbito biológico, sin embargo, para comprenderlo a plenitud debemos adentrarnos en los terrenos social, psicológico y ambiental.
La Organización Mundial de la Salud define al feto mortinato como “la muerte de un producto de la concepción, antes de su expulsión o su extracción completa del cuerpo de su madre, independientemente de la duración del embarazo; la muerte está indicada por el hecho de que después de la separación, el feto no respira ni da ninguna otra señal de vida, como latidos del corazón, pulsaciones del cordón umbilical o movimientos efectivos de los músculos de contracción voluntaria”. Se denominan muertes neonatales aquellas que ocurren dentro de los primeros 28 días después del nacimiento.
Cuando los fallecimientos se registran durante la primera semana de vida extrauterina se habla de muerte neonatal precoz, a fin de distinguirla de la tardía que cubre desde la segunda hasta la cuarta semana postnatal. Los expertos estadísticos utilizan el término tasa de mortalidad neonatal para referirse a la cifra que obtienen al dividir el número de defunciones neonatales entre el total de nacidos vivos, multiplicándolo luego por mil.
En la República Dominicana no contamos con suficientes estudios de autopsias perinatales completas que engloban los fallecimientos neonatales y los mortinatos.
Tal carencia se traduce en una debilidad programática preventiva.
Si desconocemos las causas reales que llevan a la interrupción de la vida en el período más vulnerable de la existencia estaríamos dando palos a ciegas y malgastando recursos financieros con resultados dudosos y hasta contraproducentes. ¿Qué hacemos con expresar que el país tiene una alta incidencia de mortalidad neonatal si no investigamos las diferentes causas que provocan esa tragedia? Sería importante saber cuáles son los grupos sociales más vulnerables y por qué.
¿Tienen la misma incidencia de muertes neonatales las madres de altos ingresos económicos comparadas con las mujeres de bajos ingresos? ¿Es igual la frecuencia de los decesos neonatales entre las madres profesionales y las damas analfabetas? ¿Tienen las madres haitianas similar incidencia de óbitos fetales que sus equivalentes dominicanas? ¿Es idéntica la cifra de defunciones neonatales en madres adolescentes que en mujeres en edades comprendidas entre los 22 y los 30 años? En nuestras clínicas, hospitales y maternidades: ¿tienen nuestros gineco-obstetras y neonatólogos plena conciencia de la relevancia del conocimiento de la calidad de los cuidados prenatales, el registro de la labor de parto y el estudio detallado del alumbramiento, es decir, de la observación de la placenta, el cordón umbilical y las condiciones del bebé al momento del parto? ¿Se vacían estas informaciones por escrito en el protocolo de la parturienta?
Como podemos observar, tenemos más interrogantes que respuestas, lo cual significa que hay un camino largo y pedregoso que andar por delante. Debemos estar dispuestos a recorrer esa senda, a fin de que podamos ser exitosos en la batalla para reducir los vergonzantes indicadores de muertes perinatales nacionales. ¡No hay tiempo que perder, es hora de que echemos a andar con pié firme!