Ser dominicano no es tarea fácil. Los niños dominicanos están condenados a absorber una “dominicanidad fatigosa”. Para empezar, la isla, que los colonizadores llamaron “Española”, no es enteramente nuestra. Los haitianos tienen con nosotros una disputa, política y territorial, desde hace dos siglos. Entre 1822 y 1844, sufrimos un periodo de ocupación militar extranjera que nuestros historiadores rotulan: “la dominación haitiana”. Invasiones procedentes de Haití hubo en 1801, en 1805, en 1822, dirigidas por Toussaint, Dessalines, Boyer, en orden cronológico. Después sufrimos otras invasiones, hasta 1856, fecha del último intento de conquista de Soulouque o, si se quiere, del emperador Faustino primero.
Los Padres de la Patria dominicana son tres; a todos ellos se les discuten sus respectivos méritos políticos, militares, personales. Nuestros historiadores son más exigentes que los religiosos judíos de la época de Maimónides, Rambán de Córdoba. Se les mira a través de una lupa para juzgar su conducta moral, vida amorosa y negocios. Nadie puede impedir los debates académicos sobre “interpretación histórica” o las diferencias ideológicas entre los intelectuales que cultivan la historiografía. Pero los escolares, en todas partes, estudian con resúmenes históricos “unívocos”, en los cuales “malos y buenos” están perfectamente caracterizados. Críticas demoledoras circulan con respecto a la identidad cultural dominicana.
Nuestra diversidad racial se ha utilizado para dividir y no para unir a la sociedad dominicana. Blancos, negros y mulatos, están representados en el “perico ripiao”; tambora, güiro y acordeón, significan: africanos, taínos y europeos, reunidos en una expresión cultural común o simbiótica. Los dominicanos somos la resultante de esa síntesis, cultural y racial. El joven estudiante dominicano “no sabe a qué atenerse”: con respecto a los problemas dominico-haitianos, a los asuntos raciales y a los culturales, lingüísticos o identitarios.
En lo tocante a la enseñanza de nuestra historia republicana, sucede otro tanto. Santana, Báez, Lilís, Trujillo, son cuatro dictadores cuyos estilos de vida gravitan aún en la memoria colectiva de la población dominicana.
Nuestra historia política reciente necesita una intervención especial, centrada en la educación primaria y secundaria. Deberíamos hacer más cómoda la tarea de vivir la dominicanidad todos los días.
Vecindad con Haití, negritud propia, lengua española, actitudes dictatoriales, Duarte, Santana, requieren con urgencia nuevos textos didácticos.