Nadie debe equivocarse

Nadie debe equivocarse

Rafael Acevedo Pérez

Nadie debe equivocarse en estos momentos en que el mundo ha estado al borde de conflictos de enormes proporciones, tanto en Kiev como en Jerusalén o Gaza.

Hay un problema doble, cuál de ellos más fuerte. Aunque en ambos lugares hay problema de territorialidad, La solidaridad latinoamericana ha sido siempre coyuntural y desorganizada.

Los dominicanos entendemos muy bien lo relativo a ambas cosas. En RD hemos sido invadidos, ocupados, intervenidos y acaso aún más. Los norteamericanos también saben cuánto les ha costado cada uno de esos intentos.

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El más reciente intervencionismo viene ahora en procura de destruir nuestra identidad. Toda una nueva gama de esfuerzos programático por quitarnos nuestra identidad, principalmente, mediante ataques directos a nuestras tradiciones y valores, entre estas, el valor del “componente de ego” que contiene nuestra masculinidad. Jamás en detrimento de nuestra valoración y respeto por la maternidad.

Estamos hartos de decirlo, y seguramente el mundo lo sabe: No somos racistas, pero sí somos orgullosamente dominicanos. Es absolutamente imposible fusionarnos ni doblegarnos, no importa cuantas comisiones ni comisionados, de cualquiera variante sexual o ideológica. La mayoría de los dominicanos somos sumamente resistentes a que dañen nuestra integridad espiritual; que es cristiana y es libertaria y respetuosa de lo propio y lo ajeno.

Y algo que a algunos les parecería increíble o al menos paradójico. Nosotros podemos con cualquier tipo de extranjero en igualdad de condiciones, y ser afectuosos y amables con cualquiera de ellos, inclusive con los haitianos; excepto, cuando no podemos comunicarnos con ellos por cuestión de idioma, o ni siquiera leer sus gestos, porque muchos tienen la costumbre de no mirar directamente al rostro de su interlocutor.

También sabemos que no podemos diferenciarlos y porque muchos de nosotros tienen exactamente su mismo color y tipo corporal.

Pero el mayor peligro del momento actual no son los haitianos, ni su pobreza que se nos desborde, que nos viene encima y que no pocos lo aprovechan para pagar bajos salarios a los inmigrantes ilegales y, al mismo tiempo, deprimir los salarios de los dominicanos del agro y de nuestras barriadas. Puesto que el mayor peligro proviene de un “liason” de formaciones ideacionales, que no llegan a ideologías porque no es posible identificar en la estructura social ni en la propia naturaleza humana ni ubicación ni tipología social, económica, racial ni espacial de los componentes de dichos “subconjuntos sociales”.

Pero lo que menos parecen entender los patrocinadores de estas nuevas aventuras contra nuestra integridad nacional, es la fortaleza del componente cristiano de nuestro ser nacional. Un espíritu e idiosincrasia que no sale a flote sino con el pacífico aporte de nuestras voluntades a la estabilidad nacional y a la convivencia humana, internacional, con haitianos y con quien fuere. Porque es principio de nuestra fe el temor de Dios; el amor y la protección del prójimo, mucho más cuanto más indefenso. Valores ignorados programáticamente por los propulsores de lo anticristiano y lo antinacional. Pero que tienen una insospechable fuerza emocional colectiva e individual. Tanto como para que históricamente hayamos derrotado fuerzas extranjeras varias veces superiores a las nuestras.