Llegada a la proximidad del índice de vacunación alto e ideal para que el virus SARS-CoV-2 quede al menos reducido a efectos menores, la población dominicana se expone a un traspié de imprevisibles consecuencias a causa de la renuencia de un número de ciudadanos a la inmunización.
Si no ocurre una sacudida antes, la luminosidad multicolor de natividad será ensombrecida por mayores contagios con hospitalizaciones y una presión de demanda que sobrepase la capacidad de proveer los cuidados intensivos.
Los aprestos para acentuar restricciones ya marchan. El «villancico» que a modo de pregón abortaría encuentros de amigos y familiares por impedimentos a la vida nocturna, ya está presagiado como ultimátum a cumplirse a partir del primero de diciembre si la detección de casos nuevos continúa en rumbo ascendente.
Si el 88% de las personas que enferman con gravedad jamás se vacunaron, son ellas las más determinantes en un eventual revés a la ofensiva antipandemia.
Una parte de la población convertida en excepción a la regla para peligro propio y de quienes, en cantidad mayor, han completado la pauta antiviral. Nadie muere por inyectarse aunque contraiga el germen con síntomas; y no hacerlo, sin padecer una sensibilidad alergénica de ostensible riesgo, va contra la sociedad.
Deplorablemente, las medidas para impedir presencia de los desprotegidos biológicamente en locales públicos pierden efectividad.