Nefastos aniversarios

Nefastos aniversarios

La propuesta del presidente de Chile- 2000-2006- Ricardo Lagos Escobar, para la preservación de los derechos humanos, luego del horror que tiñó con sangre la tierra de Gabriela, Huidobro, Neruda, Víctor Jara, tiene el título “No hay Mañana sin Ayer”. La Comisión Nacional sobre la Detención Política y la Tortura, presidida por monseñor Sergio Valech, creada por el presidente, asumió como consigna la frase. Comenzó a funcionar en noviembre de 2003 y recibió el testimonio de más de 35.000 personas que desde el 11 de septiembre del año 1973 hasta marzo del 1990, inicio del mandato de Patricio Aylwin, fueron víctimas del etcétera que forma parte del glosario de la ignominia.
Un conmovido jefe de estado presentó a la nación el informe de la Comisión y mostró el desconcierto ante el abuso y los excesos cometidos por sus connacionales. Intolerable pero también inimaginable para él, que, de las 30.000 víctimas registradas entonces, 28.459 por detenciones ilegales, tortura, ejecuciones y desapariciones, 3,400 fueran mujeres. “Para nunca más vivirlo, nunca más negarlo”, propalaba el mandatario.
Años antes, el presidente Patricio Aylwin había dispuesto, mediante decreto- 25 de abril de 1990- la creación de la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación. La pretensión de la Comisión, presidida por Raúl Rettig Guissen, fue similar al objetivo de la segunda. Arduo el trabajo, las heridas infligidas durante el oprobioso periodo de la dictadura de Pinochet, estaban sin cicatriz. 3,550 denuncias fueron recibidas.

Porque el miedo y el pudor conspiran. La sospecha de que nadie creerá la narración. La presunción de desdén y abandono después de la confesión, atormentan. La imposibilidad de que la otra persona comprenda la dimensión del dolor, abriga el silencio. Nadie sentirá como la víctima, aunque muchas afirmen que compartir la experiencia alivia.
La secuela de la vesania trujillista en la República Dominicana se ha quedado en la anécdota. Los intentos para denunciar han sido fallidos, esporádicos. El llamado más persistente proviene de Luisa de Peña Díaz y sus campañas desde el Museo Memorial de la Resistencia para evitar el olvido. Cumple el cometido, pero después de la emoción, adviene el mutismo, el acomodo. El horror de las torturas durante la tiranía fue acallado por la mayoría de los torturados. Los relatores de la infamia fueron parcos, trataron siempre de cuidar el contenido y la imaginación se encargó del resto. Aunque, la historia oral, esa que atraviesa generaciones, recoge la contundencia del sufrimiento y la humillación. Cualquier adolescente criollo, podría aseverar que ninguna mujer dominicana ha sido víctima de la violencia de estado. El recuento de las mujeres vejadas, estupradas, secuestradas, encarceladas, durante tres décadas y luego durante el oscuro periodo de los 12 años, ha sido difícil, en algunos casos, imposible, sin embargo, el rumor describe. Es el relato masculino, el testimonio de hombres estremecidos que acerca a los hechos. Con prudencia, recrean episodios que comprometen el decoro de las afectadas y pueden atribular a la parentela.
La contemporización chabacana, al mejor estilo de perdonavidas de vodevil, ha sido la norma. Cómplices honorables que optaron por el silencio para pervivir tranquilos. Compinches que todavía sonríen recordando la villanía de los maestros del agravio. Esos expertos en golpeaduras y en el uso de cebo de Flandes para que la tumefacción del cuerpo herido no hablara.
Sin memoria perecen los pueblos, se arremolinan en una mísera cotidianidad con destellos efímeros. Cautivos de la ocurrencia volátil que provee la realidad virtual y se desvanece rápido. Por eso la remembranza advierte y obliga. Provoca el interés de generaciones sucesivas que desconocen el espanto de la agresión permanente, del acecho sistemático que ignora el ejercicio y disfrute de los derechos que cada habitante del planeta tiene. La igualdad en el ultraje no es deseo ni meta para la mujer, empero, es destacable que las mayores víctimas en las guerras, de y en los regímenes autoritarios, cuando resisten, son las mujeres. La aseveración tiene aval suficiente. Documentos profusos y testimonios, confirman. Sirvan los nefastos aniversarios, para recordar el dato.

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