Cuando el continente se llenó de entusiasmo apoyando los esfuerzos por desplazar del poder la dictadura somocista, una esperanza cautivó la apuesta democrática que bajo una lucha desigual condujo la victoria de las fuerzas populares y su histórica entrada a Managua junto a 9 comandantes del FSLN. El 9 de julio de 1979 se reproducía el experimento de éxito político por vía revolucionaria con posterioridad al ascenso de Fidel Castro. En el terreno de los hechos, la noción de guerra fría detuvo en casi todo el continente la tesis de expansión de guerra de guerrillas y el exterminio de un elevado porcentaje de líderes políticos que, en una lucha agresiva de los aparatos represivos, caían en las calles de América Latina.
Lo cierto es que la llegada de un ritmo de pluralidad en Nicaragua, fundamentalmente con el ascenso al poder de Violeta Chamarro, produjo la sensación de que elecciones libres, competencia democrática y respeto al disenso, transformarían años de autoritarismo. Lamentablemente, los vientos soplaron en la dirección de estructurar una fuerza electoral con vocación totalitaria que, regresó a la dirección y control del Estado, simulando formalidades institucionales que terminaron convirtiendo a Daniel Ortega en un calco perfecto de las razones que motivaron tantas luchas y sacrificios, con un tinte de reivindicación justiciera en las calles de Asunción, a ritmo de una bomba que terminó con la vida de Anastasio Somoza.
Por años, la retórica progresista entendió que las atrocidades y excesos constituían la fuente de control político de los caudillos y dictadores, básicamente de derecha. A tales efectos, los maniqueísmos de la época sirvieron para entablar una discusión que, de manera excepcional justificaba como actos de defensa, las barbaridades cometidas en los países de la esfera socialista dándole una connotación de mal menor.
De un lado, razón de Estado bajo licencias revolucionarias allanaban el camino de extrañas tolerancia donde intelectuales y académicos no medían con los mismos parámetros, los excesos de regímenes de izquierda. ¡Indefendible!
Desafortunadamente, el regreso y/o triunfos mediante los procedimientos de la formalidad democrática permitió que la esencia autoritaria “escondida” de los nuevos caudillos, ascendieran al poder sin que segmentos de sus electores percibieran sus intenciones. Y bajo el discurso redentor encontraron, en la inocencia de sus electores, la fuente para instalar gobiernos que operaron sin guardar respeto por los avances institucionales, pero claramente orientados a perpetuarse en desmedro de libertades y conquistas.
Ascenso de Violeta Chamorro parecía que elecciones libres serían la vía
Pero se estructuró una fuerza electoral con vocación totalitaria
Ahora Daniel Ortega pretende perpetuarse en el poder en Nicaragua