La nación nicaragüense está tomada del cuello por un conciliábulo que asfixia sus derechos mientras enarbola símbolos y glorias de una heroica lucha contra la dictadura de Somoza descabezada en el 1979. Calzadas las botas que dinásticamente ensangrentaron el iniciador de la cruenta tiranía de entonces y sus hijos, el nuevo despotismo ha sido visto patear a distinguidos sobrevivientes de la causa libertaria con los que ahora notoriedades de la democracia y la intelectualidad latinoamericanas se solidarizan.
En Nicaragua está penado disentir del régimen encabezado por Daniel Ortega y su esposa Rosario Murillo; la prensa independiente está yugulada y las entidades de la sociedad civil que no se someten a los lineamientos de una revolución que no es tal ni respeta a su pueblo, son disueltas con arbitrariedad.
Llega al colmo de perseguir a la curia católica con destrucción y profanaciones de sus espacios de culto, metiendo en calabozos a un prelado y a una parte de su comunidad diocesana.
Un escarnio en el mismo corazón de las comunidades del Caribe y Centroamérica al que cada nación adyacente, incluyendo República Dominicana, deben expresar condena.
Destacados nicaragüenses hicieron causa común con los exiliados de la persecución trujillista en el pasado siglo, lanzados como ellos a la expatriación por los sátrapas de turno. El reloj de la historia ha retrocedido desgraciadamente en la tierra de Augusto César Sandino.