La genealogía y el nombre de Nina L. Khruscheva necesitan ser bien explicados. Leonid, hijo mayor de Nikita Khruschev murió en combate aéreo en la Segunda Guerra Mundial, cuando su hija Julia tenía dos años. Ante esa tragedia, Nikita crió a Julia como hija adoptiva y como nieta.
Julia casó con Leo Petrov y tuvieron a Nina como hija, que siempre consideró que Nikita era abuelo por adopción y bisabuelo por sangre. Lev Petrov murió en el 1970 de 47 años y Nina tuvo que decidir cómo se identificaría ante el mundo. Su abuelo-bisabuelo sufría de repudio, abandono y anonimato pues fue derrocado en 1964, dejando como herencia histórica su denuncia de los crímenes de Stalin, después de haber sido su estrecho colaborador.
Entendiendo que su padre Lev Petrov no necesitaba validación histórica decidió no identificarse como Nina Petrova, sino como Nina L. Khruscheva para rendir culto a la memoria de su abuelo-bisabuelo, usando su apellido y sin olvidar a su padre. La L, inicial intermedia de su nombre, significa Lvovna que sería el apellido ruso basado en Lev, nombre de su padre.
Nina enseña Relaciones Internacionales en la prestigiosa New School University de New York. Ella se graduó en la Universidad Estatal de Moscú y se doctoró en la Universidad de Princeton. Allí fue docente y también en Columbia University. Con esa formación multicultural sus escritos cautivan lectores de importantes medios de Estados Unidos.
Con la invasión de Ucrania señaló que su abuelo habría calificado esa actuación de Putin como “despicable”, deleznable. Su más reciente artículo se tituló: “Cumpleaños infeliz, Andrei Sajarov” refiriéndose al físico nuclear que diseñó la bomba de hidrógeno de Rusia y que se convirtió en pacifista, defensor de los disidentes que rechazaban el poder soviético y activista a favor de derechos humanos. Sajarov confrontó a Nikita, quien se oponía a la guerra nuclear, pero le señaló que podía dedicarse a sus investigaciones y a sus pruebas termonucleares, pero que no debía entrometerse opinando acerca del uso que se le pudiera dar a esos armamentos.
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Al caer Khruschev la represión aumentó y Sajarov fue condenado a vivir aislado en la ciudad Gorki con permanente vigilancia de la KGB.
En 1975 Sajarov recibió el Premio Nobel de la Paz y en 1983 publicó un profundo artículo en “Foreign Affairs” titulado “El peligro de la guerra termonuclear”. “Una guerra termonuclear no puede considerarse una continuación de la política por otros medios, sería un suicidio universal”.
Con esa guerra “los continuos incendios forestales podrían destruir la mayor parte de los bosques del planeta. El humo involucrado destruiría la transparencia de la atmósfera. Se produciría una noche que duraría muchas semanas en la Tierra, seguida de una falta de oxígeno en la atmósfera. Las explosiones nucleares podrán destruir o dañar seriamente la capa de ozono que protege a la Tierra de la radiación ultravioleta del sol”.
Putin pretende invisibilizar a Sajarov y enterrar su legado. En diciembre, antes de invadir Ucrania, clausuró “Memorial”, un activo grupo de derechos civiles que Sajarov y otros disidentes crearon en 1987. El pasado 21 de mayo, Día de la Física, en la Universidad Estatal de Moscú se cancelaron las conferencias sobre la vida de Sajarov. Nina concluye diciendo: “Olvidar el legado de Sajarov representa otro paso hacia atrás. Uno espera que no sea un paso hacia el suicidio universal”.