El país asiste con absoluta naturalidad a un quehacer muy peligroso para la democracia: el pacto entre Leonel Fernández, presidente del Partido de la Liberación Dominicana, y Miguel Vargas Maldonado, presidente del Partido Revolucionario Dominicano.
Se reparten el pastel constitucional al mejor interés de ambos, es una clara demostración de que no sólo las reses se manejan con un narigón.
Ninguno consultó con el partido que dice representar. Uno está en el poder, al cual se aferra con todo lo que tiene, y algo más, y el otro entiende que es el próximo titiritero.
Asombra cómo ningún miembro de uno u otro partido haya levantado su voz contra que sólo dos hombres, sin ninguna consulta, se atribuyan el papel de grandes electores, como si alguien les hubiera dado carta blanda, patente de corso, para decidir sobre vida y haciendas, sin ni siquiera el recato de una explicación.
Este ejemplo de excremento en el sancocho ocurre entre los apagones, aumento desmesurado de la deuda externa, negativa a bajar el gasto en sueldos y prebendas, sobrevaloración de una u otras obras públicas, cobro de la exigencia de pagos ilegales por cualquier acción que legalmente debe prestar un funcionario, y etc., etc.
El pacto, el malhadado acuerdo, oculta la verdadera intención de sus firmantes: jugar a la desmemoria, apostar a la impunidad.
Si no lo somos, estamos muy cerca de convertirnos en el país de las maravillas.
Recordemos la presentación de una Gaceta Oficial falsificada como argumento en un reclamo ante la Junta Central Electoral.
Y otro botón: pasada la Restauración, se permitió el acceso a la Presidencia de la República de Buenaventura Báez, el mismo que aceptó ser mariscal del ejército español que ocupaba la República.
Ese pacto coloca a Leonel Fernández y a Miguel Vargas por encima de la Constitución, por aquello de que quien puede lo más, puede lo menos.
Sólo dos hombres se convierten en los únicos constituyentes y disponen lo que un grupo incalificable de personas propone, aprueba y firma, sin que les importe que su acción perjudique al país. Como no lo leerán no les importa el juicio de la historia.
Está claro que los asambleístas actúan como el personaje del cuento de Juan Bosch, aquel que se despojó de la cabeza al entrar al partido.
Lo peor no es lo que se lee en el pacto y lo que no se escribió, lo peor es la pasividad con que se acoge sin discusión, sin oposición.
El secuestro de medios de comunicación y la corrupción de opinólogos los ayuda.
Pero, no todos soportamos el narigón.