“Píndaro -le comenta Herminio-, en estos cuatro meses en que me he visto comprometido a acompañar a mi esposa en una proceso de recuperación de salud, he tenido la valiosa experiencia de poderme ver a través de aquellos a quienes he tenido la necesaria obligación de observar cuidadosamente en su comportamiento y, lo más importante, en su estructura de hablar y comportarse en aquellos momentos en que lo crucial es el dominante y cuyos mensajes son normativas a cumplir, so pena de poner en juego la vida de alguien que es parte de ti… Es impresionante cómo los interlocutores centran su atención en lograr la mayor tranquilidad espiritual posible de todo lo se ha dicho… Al final, los signos vitales son los que cuentan”.
“Sólo en una ocasión –continúa Herminio mientras es observado atentamente por Píndaro-, me llamó poderosamente la atención que la persona en calidad de jefe de grupo intentó imponer sus criterios, ignorando las intenciones e intentos de alguien en la reunión, lo que llevó a que la mayoría creara en su interior una actitud defensiva… Las expresiones del supuesto líder de la reunión estuvieron enfocadas en dejar en claro que sus razones eran únicas y no había brecha para escuchar alternativas… Es natural que, antes de retirarse de la cita del grupo, los integrantes se sintieran irrespetados y, sin comentar nada en absoluto, dispararon toda clase de reclamaciones para desviar el buen sentido de armonía esperado… Yo me eché a un lado, para tener libertad de observación… ¿Qué pasó? –se pregunta Herminio- No vi actitud alguna en quien llevaba la batuta en la reunión para crear las condiciones ideales de intercambio de conocimiento que les pudiese facilitar un acuerdo. ¿Por qué actuó así el líder del grupo? –volvió a cuestionarse Herminio.
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Es ahora cuando Píndaro aprovecha y exclama: “Es que, seguramente, a esa persona no le interesaba valorar y asimilar el contenido de lo expresado por los demás en la reunión… Es más, ni siquiera crear las condiciones para que esto se diera libremente… A veces los celos profesionales nos ciegan y no nos permiten entender y aquilatar lo que realmente está sucediendo en nuestros encuentros… Este comportamiento sólo proyecta la falta de preparación y capacidad de quien está al mando, lo que le lleva a desvelar sus propios miedos. Miedo, quizás, a saber que se tendrán que enfrentar a los resultados de compromiso que de esta cita se provoquen. Lo peor es –agrega Píndaro-, que aparentamos poder llevar a cabo algo pero no sabemos comportarnos bajo presión y, sin percatarnos de ello, nos convertimos en sabelotodo”, concluye.
“Lo más común es que entremos a reuniones creyéndonos que, por tener nuestra propia concepción de lo que trataremos, nos cubrimos con el manto del conocimiento exclusivo como nuestro y adoptamos una actitud de silencio sin ánimo de cooperación… Esa errónea posición, nos limita ante la posibilidad de poder captar las opiniones de los demás, cuyos contenidos podrían aportar valiosas soluciones a lo que se esté tratando. Nuestro silencio provocado nos fuerza a estar ausentes y crear las condiciones para que, cuando se nos permita hablar, el mensaje que intentemos transmitir a nuestros compañeros se quede en el aire y, sin percatarnos de ello, metemos la pata”.
Píndaro, que ha estado boquiabierto escuchando a su alter ego, no pierde oportunidad y exclama: “Una persona que se autoexcluye adrede de una reunión a la que ha sido invitada, se está irrespetando a sí misma y, por ende, a los demás… Pone de manifiesto una imagen errada, una conducta inflexible y de muy pobre nivel personal y profesional. Para no meter la pata al conversar, debemos fomentar y practicar le seguridad en nosotros mismos, y ante los demás… ¡Ahí está el secreto para que otros nos entiendan, acepten y asimilen nuestras expresiones al hablar!”.