Invictus
Más allá de la noche que me cubre,
negra como el abismo insondable,
doy gracias al dios que fuere
por mi alma inconquistable.
En las garras de las circunstancias
no he gemido ni llorado.
Sometido a los golpes del destino
mi cabeza sangra, pero está erguida.
Más allá de este lugar de ira y llantos
donde yace el horror de la sombra,
la amenaza de los años
me halla, y me hallará sin temor.
No importa cuán estrecho sea el camino,
ni cuán cargada de castigos la sentencia,
soy el amo de mi destino,
soy el capitán de mi alma. Robert Thomas Hamilton Bruce
Con este poema que tanto me gusta, y que quizás mi sobrino Freddy Sang Llaverías, hijo mayor de mi hermano Ping Jan, finalizó sus palabras en el velatorio.
Decía que cuando leyó el poema pensó en su padre porque se parecía mucho a él y cómo había desarrollado su vida.
Mi hermano Ping Jan Adriano Sang Ben, de 69 años murió el sábado 10 de julio, producto de las secuelas del COVID19. Ambos nacimos un 8 de septiembre, con cuatro años de diferencia. Nos decíamos los mellizos.
Cada cumpleaños lo llamaba primero y me decía: ¡Tú siempre me ganas, me llamas antes que yo! Y le respondía: “Levántate más temprano”. En poco menos de dos meses, ¿a quien voy a llamar primero?
Mientras estábamos en el velatorio revisaba el celular para responder a los pésames que me enviaban los amigos. Aproveché y vi por Instagram una información de que nuestra letalidad sigue baja, inferior al 2%, aunque ha aumentado el contagio. Y me dije, ¡OH, Dios, oh Dios, oh Dios ¡Mi hermano amado forma parte de esa “maravillosa estadística”, “ejemplo en todos los países de América Latina”!
Cuando regresábamos de despedirlo en el cementerio de El Ingenio, nos tocó un pequeño embotellamiento frente a una terraza repleta de personas bebiendo alcohol, sin mascarilla, sin distanciamiento social y todos felices. Yo, observaba nublada por las lágrimas este panorama desolador.
Lo despedía con el dolor más profundo que alguien puede sentir; y ellos, de manera irresponsable, seguían la fiesta como si la pandemia no existiera. Como si el COVID-19 fuera una invención. Me pregunté ¿Para qué existe la ficción de toque de queda si el “teteo” irresponsable continúa en las horas permitidas? ¿Dónde están las autoridades sanitarias que no supervisan esos espectáculos, que están en áreas completamente concurridas y céntricas? ¿Dónde está el síndico, Abel Martínez que tanto se vanagloria de su gestión? ¿Dónde está la solidaridad con los que estamos sufriendo?
Y mientras las mujeres con sus pantalones pegados al cuerpo mostrando sus muslos grasientos y sus senos inmensos reían a carcajadas, volví a ver la imagen de mi cuñada abrazada a sus tres hijos despidiendo al padre excelente que tuvieron y al compañero fiel por más de 40 años. Y en medio de mis lágrimas, me dio rabia la impotencia. Quería salir del carro y gritarles: ¿Acaso no saben que hay una pandemia? ¿Acaso no piensan en el dolor ajeno?
Y me llegó la figura de Ping Jan, mi hermano amado, que ahora descansa en su morada final, junto a Peng Sien, su compañero de habitación cuando éramos jóvenes.
Recordé que era un hombre de paz, y me tranquilicé. Recordé la sonrisa serena de su rostro, la de un hombre de fe. Lo visualicé cuando éramos niños y me destruyó, para saber el mecanismo de cómo funcionaba, una pequeña estufa de juguete que me había dejado “El Niño Jesús” una navidad y cuánto le peleé por destruir mi juguete. Las lágrimas continuaron cayendo sobre mi rostro cuando el carro comenzó a rodar, y dejaba atrás aquel espectáculo de horror y de irresponsabilidad de tanta gente.
La muerte es lo más natural, seguro e inesperado que existe. Nadie, por creyente y maduro que sea, la acepta fácilmente. El tiempo después nos hace borrar el dolor, y nos deja su legado, los recuerdos buenos, dulces y amargos, como es la vida.
El velatorio fue un homenaje espontáneo a su vida. Llegó el grupo en el que él era un activo participante de “Matrimonio Feliz”, una de las tantas comunidades que existen en la Iglesia Católica. Rezaron por él y ofrecieron un hermoso testimonio.
Después vi cómo un grupo llegaba con los uniformes de scouts, y recordé que, durante toda su vida, Ping Jan se dedicó a estar en la organización; siendo él uno de los iniciadores del movimiento a finales de los 60, habiendo alcanzado su más alto escalón. De hecho, era el organizador de todas las excursiones familiares al Pico Duarte, que yo nunca fui, y a Playa Rincón para acampar junto al mar.
Después llegaron sus compañeros de La Salle, pues Ping Jan fue un lasallista consumado hasta el final de sus días. Uno de ellos le cantó a capela “Cuando un amigo se va” de Alberto Cortez. Otros fueron porque eran compañeros de su promoción como ingeniero electromecánico; y unos porque habían estado juntos mientras hacía su segunda carrera, Derecho. Antes de contagiarse, había hecho su graduación de maestría en “Títulos de Propiedad”, o algo parecido. Poco tiempo después, cayó enfermo hasta el final.
¿Qué podemos hacer? Llorarlo, recordarlo y continuar la vida. Pero también, exigir, rogar, gritar… a las autoridades que aumenten los castigos para aquellos que no respetan los protocolos del COVID. Como escribí hace unas semanas: quiero que los irresponsables de esta sociedad sufran lo que yo estoy sufriendo.
Quiero finalizar mis palabras, transcribiendo las palabras de Freddy Suvin Sang Llaverías, su hijo mayor, quien habló momentos antes de llevarlo a su morada física final. Cuando lo escuché emocionada, me sentí orgullosa de mi hermano y, sobre todo, de mis sobrinos, su legado seguirá vivo en las generaciones que nos siguen.
Nuestros jóvenes adultos que son ahora nuestros hijos, han heredado el legado de hermandad y unión que recibimos de nuestros troncos, papá y mamá; y Freddy así lo demuestra en su despedida.
“Todas las noches le rezaba a Dios y le pedía: “concédeme serenidad para aceptar eso, valor para poder enfrentarlo, pero, sobre todo, en estos momentos, como hoy, voy a necesitar mucha sabiduría. Anoche entre lágrimas y llantos escribí algo y se lo quería compartir:
Hay personas que crecen admirando súper héroes, con capas o poderes, yo en cambio tuve la fortuna de tener uno como papa. Su súper poder preguntarán: ser el mejor padre del mundo, el mejor acompañante para mi madre, y el otro, ser una guía, un ejemplo y en ocasiones, un papá para muchos otros.
Hoy tal vez no estás en físico, pero sí en espíritu. No fue a uno ni a dos que tocaste sus corazones, fueron a manadas y a tropas, que hoy en día se han formado en ser hombres de bien, como lo fuiste tú.
Pá descansa. Hoy tu legado vive y seguirá viviendo. Son zapatos inmensos de llenar, grandes zapatos. Pero tú tranquilo.
Eso le dije la última noche que llegué y le hablé yo solo. Ya descansa porque tres seguirán cargando esa antorcha y haremos lo mejor para llenar tus zapatos: yo, mi hermano Guillermo y mi hermano Adriano. Pero hay algo que quiero que sepas, son tres que cargaremos la antorcha, pero son cientos que te llevarán en el corazón, porque tú los tocaste. Hasta pronto viejo.”