No debemos alegrarnos al ver nuestros líderes destruidos, porque son ellos, los líderes, que construyen el destino de una nación. En los últimos meses he estado observando el comportamiento y dinámica en el liderazgo político de la República Dominicana, hemos llegado a lanzar críticas inhumanas y sin piedad, con el fin de ganar una posición que se esfumará como un pedazo de hielo en el centro de la palma de una mano cerrada que produce calor y por más que se apriete aquel puño de ambición el hielo se desvanecerá.
Si queremos construir una nación estable y próspera debemos retomar el espíritu y doctrina de nuestra imperfecta democracia. Claro, es imperfecta porque se desarrolla en un contexto de una dinámica intermitente, cambiante e insegura, me refiero a nosotros mismos, nuestra sociedad. Es ahí, donde la democracia nos brinda un espacio para construir aquel hombre enajenado, olvidado y soslayado por una fría acción que germina en el corazón del hombre.
Si la democracia fuera una persona, su fin último sería crear un espacio de libertad e igualdad, pero como no lo es, entonces, nos toca a nosotros encarnar esta doctrina y usar esa libertad para restaurar aquel que ha caído y usar la igualdad para esperar de aquel líder débil e imperfecto un levantamiento positivo, o como dice la religión, un cambio de paradigma o cambio de dirección de forma inesperada y milagrosa. Somos libres para caer y somos iguales para levantarnos.
Claro, debe existir una confrontación y una aplicación de la ley a todo aquel que infringe y viola sus deberes de ciudadano. Los líderes deben ser confrontados dentro de un marco de respeto; debemos usar toda nuestra energía y capacidad para restaurar aquel líder que muchas veces discrepa de nuestra ideología, y que al mismo tiempo se acerca a nuestra intención final, la cual es redimir y transformar la sociedad.
Cuando nos alegramos del fracaso de nuestros líderes , estamos fomentando una cultura de muerte. Porque lo que estamos haciendo es celebrando la extinción de aquellos que fueron formados para dirigir. Cuando nos alegramos, nos estamos alegrando de la descomposición de nuestra nación. No debemos aplaudir el fracaso, ni celebrarlo, porque es uno menos al servicio del bien colectivo.
Cuando dejamos al líder o político caído y dejado en el suelo por nosotros mismos, con el fin de caminar sobre su cuerpo y así construir nuestros logros basado en sus fracasos, me atrevo a decir que este tipo de acción solo generará pobreza y precariedad en las estructuras del estado. Podemos ver ejemplos palpables de naciones que trataron de construir sus riquezas sin tomar en cuenta sus líderes o atropellando su moral y sus figuras.
En este escrito estoy tratando de dejar claro que no es necesario para llegar a la cúspide, a la gloria o tener éxito, usar la fragilidad de los líderes caídos o de aquellos que están arrojando señales de decadencia.
No estoy hablando de impunidad, no estoy refiriéndome a dejar en libertad quien es culpable; quien viola las leyes establecidas merece castigo, pero no es aceptable caminar sobre sus cuerpos y destruir sus memorias para nosotros o un partido político construir una victoria. Cuando actuamos de dicha forma la aparente victoria tiene raíces muy débiles y la misma sociedad nos confrontará y nos juzgará.
En conclusión, si nuestros líderes ya destruidos e imperfectos son remachados y golpeados por el odio y por la ambición del poder que nos arropa, paralelamente nosotros también seremos confrontado en el silencio existencial en esa misma proporción. ¿Y sabes qué? Un reformador, un líder o un político con pasión y visión, que quiera ver su nación estable y en proceso de cambios, su fin último debe ser restaurar el “todo” de la sociedad. Así que, no nos alegremos que nuestros líderes sean destruidos.