El argumento de “no todos los hombres” ha sido recurrentemente esgrimido en debates sobre violencia de género, como si su mención sirviera para disociar a ciertos grupos masculinos de la responsabilidad en actos de violencia. Es cierto que no todos los hombres son perpetradores de violencia, pero la norma, como muestran los datos, es que la violencia machista es ejercida mayoritariamente por hombres, lo que nos lleva a un debate profundo sobre la responsabilidad colectiva, la masculinidad tóxica y cómo estas dinámicas perpetúan el ciclo de la violencia.
Un ejemplo de esto es el caso de Gisèle Pelicot, quien, de acuerdo con el registro presentado por la policía francesa, sufrió al menos 92 violaciones sexuales entre julio de 2011 y octubre de 2020. Actualmente, 51 hombres, incluido su exmarido, están siendo juzgados por estos crímenes. Aunque algunos medios han calificado estos actos como obra de «monstruos», presentando así la violencia como una excepción y sugiriendo que «no todos los hombres» son responsables, la triste realidad es que la violencia machista no es un fenómeno extraordinario, sino una práctica generalizada ejercida por hombres comunes y corrientes, no por monstruos.
Para quienes insisten en “no todos los hombres”, es importante contextualizar esta frase con cifras comprobables. En España, el Observatorio de Violencia de Género reveló que, entre 2003 y 2023, más de 1,200 mujeres fueron asesinadas por sus parejas o exparejas masculinas. En 2020 un informe de la ONU informó que 87,000 mujeres fueron asesinadas a nivel global, y el 58% de estos casos fueron perpetrados por hombres cercanos a la víctima. Estos datos reflejan una realidad ineludible: la violencia machista está directamente relacionada con el género y es perpetrada principalmente por hombres.
Aquí es donde entra mi opinión personal. Yo puedo entender y aceptar el argumento de que no todos los hombres son violentos. Como mujer que tiene hijos, esposo y hermanos, sé que no es justo agrupar a todos los hombres bajo la misma sombrilla de violencia. Sin embargo, aunque reconozcamos que no todos los hombres ejercen violencia, el problema es que aquellos que lo hacen operan en un sistema que, en muchos casos, legitima su comportamiento y en otros más, lo invisibiliza. ¿Cuántas veces hemos escuchado a mujeres decir que no les creyeron cuando denunciaron abuso o acoso, o peor aún, que desestimaron su denuncia calificándola como exagerada o irrelevante?
Esta es la raíz del problema: el sistema social, judicial y cultural que perpetúa la impunidad y que protege a quienes cometen estos actos. Así que, aunque estoy de acuerdo con el planteamiento de que «no todos los hombres» ejercen violencia, todos sí se benefician, en algún grado, de un sistema que tarda en responder y sancionar estas conductas. De ninguna manera estoy diciendo que cada hombre de manera individual sea responsable, pero sí que la conversación debe ir más allá de la defensa individual para abordar las raíces estructurales del problema.
Una analogía comúnmente utilizada es la de una caja de chocolates: si te ofrecieran una caja de chocolates y supieras que algunos están envenenados, pero no puedes precisar cuáles, ¿te arriesgarías a comer uno? Este es el dilema con el que muchas mujeres viven. No es que desconfíen de todos los hombres, sino que las experiencias acumuladas de abuso, acoso o agresión las llevan a una situación donde el riesgo es omnipresente, precisamente porque el sistema ha fallado en diferenciar a tiempo entre quienes son seguros y quienes no lo son.
El verdadero desafío radica en la urgencia de crear un sistema que sea capaz de proteger a las víctimas, que sea sensible y preventivo, y que no dependa únicamente de la narrativa de que “no todos los hombres” son culpables. El foco debería estar en desmantelar las estructuras que permiten que los hombres que sí ejercen violencia puedan hacerlo sin consecuencias, en lugar de en la defensa de quienes no lo hacen, porque como bien expresó el abogado de Gisèle Pelicot: “la vergüenza debe cambiar de bando.”
Concluyo queriendo dejar en sus pensamientos que, si bien el argumento de “no todos los hombres” tiene algo de verdad, debemos tener cautela con la intención y el impacto de su uso. Decir que no todos los hombres son violentos puede desviar la conversación de los problemas sistémicos que perpetúan la violencia de género. Los datos nos indican que es una realidad generalizada, no una excepción. Y más importante, el enfoque no debe estar en la defensa personal de los hombres, sino en cómo podemos transformar una sociedad que sigue viendo la violencia machista como un asunto de unos pocos en lugar de un problema colectivo.