Al tipo como que le acompañaba la mala suerte. Tenía una racha de malos amores, desilusiones varias y rechazos amontonados. Sin embargo, una luz divina se encendió en su camino y encontró quién le dijera que sí.
Bueno, corrijo, el sí no era un sí propiamente dicho, sino un a ver qué pasa. La cuestión es que a partir de ahí su semblante comenzó a cambiar. Su ánimo era otro y se le podía ver canturreando las canciones más cursis que nos podamos imaginar. Sí, ya sé que están pensando en los temitas rositas de Camila, Reik, Belanova y, para acercarnos al patio, Paola Moreno. Y tienen razón. Andaba como en las nubes y nosotros, sus amigos, como que lo queríamos más. Porque dígame usted, ¿cómo no querer a alguien que de un momento a otro le da por invitarte a cenar (sólo para que tú le escuches las historias) Te pedía que fueras con él a la tienda de discos o de ropa y para recompensarte el sacrificio, te regalaba una camisetita, un disquito de Manu Chao o Amy Winehouse? O sea, que todos alrededor estábamos felices con ese amor más efervescente que la cerveza y que él consideraba estaba en su climax más climax.
Ahora, cuando el amigo en cuestión está más embobao que nunca, viene ella y le dice que consiguió una beca para hacer una maestría en España y que la estadía allí se prolongará por dos años. Toda una desgracia. Tengo el currículo y el perfil psicológico de mi amigo a la disposición de las chicas que quieran, a ver si volvemos a la normalidad.