La violencia de género y social no para. La recurrencia y la visibilidad, predicen una cultura de normalidad. En tan solo el mes de junio ocho mujeres caían víctima de la violencia machista. En lo que va de año, 30 mujeres perdieron la vida, alguna embarazada, en presencia de los hijos y de familiares.
En Bonao, tres niñas violadas y una con tan solo dos añitos de existencia. Duele decirlo, la violencia, la pobreza, la marginalidad, lo exclusión social, tienen rostro de mujer, pero también la falta de oportunidades, de desempleo, la deserción escolar y la vulnerabilidad psicosocial, tienen nombre y apellido: ser mujer y ser niñas.
En junio, también varios miembros de la policía y de las Fuerzas Armadas han sido abatidos a tiros por antisociales y delincuentes. A diario, en los barrios más pobres y de falta de cohesión social, se registran bandolerismo, atracos, tumbes, asesinatos, robos y el pago de peaje después de las altas horas de la noche.
Duele mucho tener que aceptar la violencia de género dentro de una normalidad y de una cultura de violencia, producto de una patrifocalidad aun no desmontada y de un sistema de creencia distorsionado y limitante, que sostiene que la mujer es prioridad del hombre; además, su objeto sexual, algo para él servirse, a través de una relación amo-esclava.
La pobreza estructural lleva a cientos de mujeres a tener relaciones con hombres mayores, buscando protección económica y social, sin embargo, la patrifocalida le construye el derecho a la propiedad en función del ser proveedor o el dueño de los medios de producción; y, todo esto, tiene nombre y apellido: ser mujer y ser pobre.
El macho dominicano establece relaciones basadas en el control, la sumisión, lo posesión, la manipulación y la amenaza para poder sentirse seguro. Desde esa cultura patologizada, es que se activa la violencia, los malos tratos y la angustia de separatidad no resuelta, donde no aceptan terminar una relación, sentirse abandonado, desafiado o provocado.
Detrás de la violencia de género y social hay una acumulación de causales como: pobreza, falta de escolaridad, familias rotas y disfuncionales, vida sin propósitos, desigualdades sociales, abuso de drogas, mal manejo de los impulsos y de la ira, trastorno de la personalidad, falta de habilidades para la compresión y el manejo de los estresores psicosociales.
Duele aceptarlo, pero en las redes, la música, la publicidad, los comerciales televisados, se alimenta de diferenciación del hombre y de la mujer, se reduce a la mujer al sexo vulgar, al dinero con placer, la belleza y la juventud con el ciclismo sexual, la prostitución, la infidelidad y el comportamiento de la socio-sexualidad como una rutina normalizada por la “mujer que busca superación”.
Literalmente, hay que educar y construir una nueva masculinidad, diferente, sin prejuicio, ni reduccionismo contra la mujer, de cultura de buenos tratos, tolerante, afectivo, que no dañe, sin relaciones dependientes ni sado-masoquismo y sin relaciones amo-esclava.
En la escuela y colegio trabajar los programas afectivo-sexual, de equidad y valoración por la condición humana. En fin, campañas sostenidas y eficientes en proteger y darle apoyo a la mujer que busca el amparo y protección del Estado.
Sencillamente vamos mal, siguen muriendo las mujeres pobres, la niñez desprotegida, mientras tantos, vamos perdiendo la capacidad de asombro y aceptando la violencia de género como algo normal.