La cultura actual valora el éxito. El mundo laboral es como un circo romano lleno de gladiadores. Sobreviven los diestros vencedores. Maestra televisión nos educa: valen los que vencen.
La primera lectura de hoy cuestiona nuestros criterios de éxito. Jeremías 31, 7 – 9 nos pone a caminar en el desfile de la victoria que organiza al Señor, al final de la historia. En vano buscaremos a los hábiles, y los atletas victoriosos, en esa marcha van los “ciegos y cojos, embarazadas y alumbradas”. Nosotros no sabemos qué hacer con nuestra gente “especial”, sin embargo, el Señor les guarda un lugar en su desfile de la victoria.
De nuevo en el evangelio (Marcos 10, 46 – 52), encontramos esa misma actitud que quiere acallar el grito de todos los excluidos. Oyendo los gritos del ciego, “muchos lo regañaban para que se callara.” Jesús, lo escucha y lo manda a acercarse. Luego le pregunta respetuoso: — ¿qué quieres que haga por ti?–.
Hoy nos toca descubrir que ese ciego sentado al borde del camino es nuestra misma sociedad. Aquí no vemos cómo hemos acumulado una deuda tan grande. Al parecer estamos ciegos. No vemos a dónde fue tanto dinero. La justicia tiene ante sus ojos acusaciones concretas contra determinados ciudadanos, pero no ve la necesidad de investigar más.
Sin electricidad, no progresaremos, ni podremos ver en la noche, pero no vemos la necesidad de pagarla o por lo menos, que todos paguemos algo.
Hoy nos toca empezar a actuar como Jesús. Llamó junto a sí al ciego que gritaba. Llamemos junto a nosotros a los cañeros sin pensiones, a los dominicanos sin documentos, a las mujeres amenazadas y golpeadas, a los niños sin manutención. Entonces, empezaremos a ver, como el ciego del Evangelio de hoy y luego podremos seguir a Jesús.