(Marcio fue mi maestro y mi jefe. Trabajé con él en distintos escenarios y la brillantez de su pensamiento siempre nos sorprendía. Un intelectual de dimensiones universales, un trabajador infatigable. ¡Perra, la muerte¡)
Estas son unas brevísimas notas sobre la narrativa de Marcio Veloz Maggiolo, que quiere comenzar por situar los grandes temas de casi todas sus propuestas formales. A mi modo de ver los textos narrativos de Marcio se compaginan armonizando o desarmonizando la historia y la memoria. Y como ambas, la memoria y la historia, son hechuras del tiempo, el tiempo es la hipermetáfora de la narrativa de Marcio Veloz Maggiolo.
Yo he presentado por lo menos tres de sus novelas, y cualquier presentador de sus textos sabe que la narrativa de Marcio es siempre una conciencia imaginante que hace surgir múltiples historias que brotan, se desarrollan y desaparecen de manera infinita.
Generalmente sus novelas se comienzan a situar a partir de dos textos pioneros: “El buen Ladrón” y “La vida no tiene nombre”. Estas dos novelas iniciales tienen, también, fundamento histórico, y en apariencia dejan fluir la narración en sentido lineal.
Pero “El buen ladrón” no es un texto exegético y va más allá de esa materia precaria con que se fundan para la razón las verdades bíblicas. Fue, al menos para entonces, un texto sospechoso.
“La vida no tiene nombre”, en cambio, recuperaba un costado doloroso de la historia inmediata de los dominicanos, y situaba en medio de la historia objetiva, a personajes de la “vida real” junto a personajes del discurso de la ficción.
Yo siempre he creído que esta novela no ha sido bien leída, porque ella abre en la novelística dominicana, y en la de Marcio Veloz Maggiolo en particular, un discurso filosófico universal en el que se comienzan a superponer los tiempos, y en el cual el marco de la novela histórica queda superado.
Ese final dramático de “El cuerno”, el personaje central de la novela que encarna el gavillerismo histórico, y que reflexiona como un existencialista lo haría ante la muerte, abre por primera vez en la novela dominicana la manifestación de una distancia entre el personaje y su universo, que puede colmarse con ironía, desconsuelo o desencanto. Y en la que la memoria es ese cemento invisible que une todas las aristas.
Esa clave de la memoria fundacional se comenzó a desplegar ahí, y se convertirá en técnica predominante.
Y si quienes leímos, a finales de los años sesenta del siglo pasado, la novela “Los ángeles de hueso”, hubiéramos tenido en cuenta esa apertura filosófica del final de “La vida no tiene nombre”, quizás hubiéramos entendido el carácter abarcador, la pretensión de totalidad, que esta novela trajo a la literatura dominicana. Lo percibiríamos después, muy claramente.
En la narrativa de Marcio Veloz Maggiolo, “Los ángeles de hueso” es para mí como un rollo chino, que al irse desenvolviendo prefigura todas las líneas posteriores que su narrativa asumirá.
Ese hilo conductor va de “Los ángeles de hueso” a “De abril en adelante”, y “De Abril en adelante” a Los relatos de “La fértil agonía del amor” y a la “Biografía difusa de Sombra Castañeda” y a “Flor bella”. De ahí a “Materia prima”. Y de “Materia prima” a “Ritos de Cabaret”. De “Ritos de Cabaret” a “Uña y Carne. Memorias de la virilidad”, hasta sus últimos textos “El hombre del acordeón y “La mosca soldado”, pasando por sus “cuentos, recuentos y casicuentos”. En toda esta narrativa la técnica que se despliega reúne las mismas características, y hasta Marcio Veloz Maggiolo, y a partir de “Los ángeles de hueso”, no existe en la literatura dominicana un escritor que pretendiera abarcar tanto de la historia y la vida cotidiana, con un sentido semejante de totalidad.
El universo de la narrativa de Marcio se instala siempre en las grietas de la realidad, es casi un mundo por añadiduras que integra esa sustancia de ausencias, pérdidas, olvidos, memorias y desmemorias. Todo brota de esa conciencia imaginante que se desplaza angustiosa cifrando y nombrando las cosas y los hechos para que no se vayan a perder.
La historia más aparentemente insignificante queda esculpida en un espacio inventado allí donde la realidad objetiva hizo desaparecer una casa, una calle, un barrio. Quienes lean, por ejemplo, “Materia prima”, recuperarán espacios físicos de “Villa Francisca” que ya no existen en la realidad.
Incluso el propio barrio de “Villa Francisca” pasa de barrio real en el que se vivieron años imperecederos de la existencia, a barrio mítico labrado en el texto contra el olvido.
Es por eso que muchas de las novelas de Marcio no tienen un personaje, sino cientos de personajes que cruzan sus páginas, dicen sus parlamentos para inventar mundos paralelos donde la realidad está representada, se desbordan en el sexo o en la ambición, y luego se construyen a sí mismos, se desdicen, descubren que los valores aceptados por su mundo eran una corteza vacía, y se despiden, o no se despiden sino que se transforman en su contrario.
Incluso muchos de los personajes recurrentes en esta narrativa aparecen sólo como una imagen, como una relación.
Alguien creerá reconocer un jirón de historia concreta: Trujillo, por ejemplo, y se le deshilará la madeja porque ese Trujillo concreto, el que recuperamos de las miles de interpretaciones aportadas cotidianamente por historiadores, y por quienes lo vivieron y contemplaron en el cielo del sueño, no es en el relato de Marcio Veloz Maggiolo más que la visión interior de su hipérbole.
El Trujillo de carne y hueso no permitiría rendir todo su significado, el que adquiere por ejemplo en “Los ángeles de hueso” o en “Uña y carne. Memorias de la virilidad”, como un espíritu absoluto hegeliano que abre y cierra el relato constantemente, no sólo desde su yo apabullante o su sexo insaciable, sino desde una realidad más profunda, que infecta las conciencias y ha penetrado inexorablemente la historia verdadera.
Porque sucede que el texto de la ficción tiene más riqueza que la realidad, se nutre de los vacíos que la realidad no puede llenar, y nos aclara algo acerca de esa realidad que antes no había sido dicho.
Como la narrativa de Marcio Veloz Maggiolo se sustenta en la historia, e incluso en la investigación antropológica y arqueológica (“Flor bella” o “ La mosca soldado”,por ejemplo), es necesario deslindar ambos campos. Lo que Marcio atrapa siempre no es lo que ha sido, sino lo que podría haber sido o lo que podría llegar a ser.
Y a veces ni siquiera lo acontecido por la vía de la construcción de lo narrado se mantiene en pie.
Ya hemos dicho que esta narrativa se construye y se deconstruye a sí misma, y que renuncia a aquella objetividad aparente del relato del siglo XIX que pretendía transcribir, sin interferencias visibles, la continuidad de la vida misma. Marcio trabaja con la afluencia del recuerdo, con los diversos tipos de la memoria operante, que él mismo ha clasificado en numerosas variables.
Por lo tanto, en sus novelas cada personaje formula y reformula su propio pasado, lo reinventa, lo deja fluir en el tiempo de la composición, durante el cual se despliega como un infinito de posibilidades.
Incluso, hay que reconocerlos como dualidad, y coexistir con ellos como entes contradictorios, porque la propia memoria de cada cual puede ser modificada y cualquier historia real se puede trastocar en otra. Por ejemplo, en “Uña y carne. Memorias de la virilidad” Carmina es también María Testado, envuelta en muchas otras historias que se niegan una a la otra.
Tico Sinatra es en verdad Augusto Pérez. Eulalia Rosadiz fue también muchas otras, y su espejo es una concavidad infinita. Lo mismo se puede decir de la relación entre los personajes que pueden ser inmediatamente reconocidos en la historia objetiva y los personajes inventados.
Hay una serie de vasos comunicantes que impiden establecer la certeza de quién inventó a quién, porque la historia real de los dominicanos hace saltar en mil pedazos el instrumental de la razón como procedimiento analítico de nuestra realidad.
Hay otra pista en la narrativa de Marcio Veloz Maggiolo que es necesario destacar, antes de finalizar estas notas.
Los novelistas se desvanecen siempre en la tortura mortificante de una necesidad de integración, justamente porque el relato de la novela integra lo que en el relato de la vida ha quedado disperso. Todo cuanto Marcio escribe lo toma de un material propicio al olvido. El escritor ata los cabos sueltos, pega retazos de memorias y desmemorias, y cifra allí las intuiciones, los sueños.
Lo que Marcio esculpe es una realidad enteramente recorrida por su imaginación desbordante, una de las mayores capacidades imaginativas dominicanas de todos los tiempos, y ese fluido visionario produce un apóstrofe lírico que anula la relación espacio-temporal en sus textos.
En sus novelas la cultura universal es embutida en la cultura nacional, y la historia particular de esta media isla se trasvasa legitimándose en la historia universal. Mundo dentro del mundo, es tan laberíntico el universo interior del escritor, que tiene que atravesar la cultura universal para que nuestra historia ilusoria se pueda inscribir en una totalidad articulada.
Creo que toda esa sucesión discursiva de la producción narrativa de Marcio Veloz Maggiolo está signada por ese esfuerzo de volver inteligible algo que se presenta como una multitud incongruente de hechos; secuencia de acontecimientos que conocemos como nuestra historia particular, y que en sus narraciones se entrecruzan con infinita complejidad con la historia universal.