Alabaré con cantos el nombre de Dios; lo alabaré con gratitud. Salmos 69: 30
Dios nos creó para que Lo adoremos en todo tiempo y Le preparemos el ambiente para Él manifestarse, ya que la adoración es una respuesta a nuestra alabanza, donde nos da a entender que se agrada de ella.
Cuando la atmósfera del Señor se posa sobre Su pueblo, todo puede pasar: milagros, sanidades, prodigios y maravillas; porque es la misma gloria que desciende, y la gloria es Dios. Tenemos que prepararle un ambiente si queremos verlo.
Para esto no necesitamos tener una gran voz; solamente se necesita un corazón quebrantado que reconozca Su grandeza y anhele desesperadamente estar con Él. Parece sencillo, pero no lo es, porque tenemos tanto orgullo que no nos permite que nos humillemos y Le demos todo el loor, la alabanza y la adoración.
Sin alabanza no hay adoración; sin esta no hay Presencia de Dios. Por eso, nuestra vida debe ser un continuo tabernáculo; para que Él no solamente nos visite, sino que more para siempre, por haber encontrado un lugar como el Cielo donde siempre se Le exalte.