El viernes pasado presencié de nuevo cuatro filas de vehículos viniendo desde el Cibao hacia Santo Domingo, sobre una carretera de solo dos carriles, pero con los paseos marginales también ocupados. Exactamente lo mismo que había visto y vivido unos 30 años atrás, un domingo, regresando del Cibao con mi familia. Solo que entonces la carretera era únicamente de dos vías: un carril de ida y uno de vuelta.
Idénticamente, un accidente próximo a Villa Altagracia, cerca de las 5:00 p.m. El tránsito se paralizó totalmente; nuestra fila empezó a alargarse.
Solo minutos después, se formó otra fila sobre el paseo a nuestra derecha. Algo muy molestoso pero comprensible. Pero 15 minutos más tarde se había formado una tercera fila, ¡Nada menos que en el carril de regreso!, lo que obligaría a los que venían desde la Capital a transitar por el paseo a su derecha.
Entonces sentí un temor que nunca había tenido; sobre todo porque no podía y aun no puedo entender que podían tener en la cabeza los que ocupaban la vía contraria. Observé también que quienes estaban a izquierda y derecha eran todos familias de clase media, no camiones, ni camionetas, ni carros públicos, pues en esos años los pobres no tenían automóviles propios. Era la crema del país que hacia esa barbaridad.
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Pero solo minutos más tarde ¡se formó una cuarta fila de carros en el paseo de la izquierda!
Entonces sentí un terror que no se me ha quitado respecto a mis compatriotas.
Estuvimos hasta horas de la noche completamente inmovilizados. Porque, “lógicamente”, los que venían de la Capital estaban haciendo lo mismo.
Desde esa tarde siento gran desconfianza a los dominicanos respecto a situaciones colectivas. Aunque sé que individualmente somos tratables, considerados y, en el fondo, temerosos de Dios. Pero colectivamente podemos ser bestiales, irracionales, desaprensivos e irrespetuosos de cualquier norma civilizada.
Y es lo que estamos viviendo actualmente en nuestras calles congestionadas, donde lo único que nos constriñe y obliga es la configuración física de las vías, de lo contrario nos subiríamos, como los cangrejos, por sobre las verjas y los costados de los edificios. Pero como los demás dominicanos saben “piensan” lo mismo, el temor recíproco nos refrena. Excepto: los motociclistas; el tigueraje político; los mediáticos de redes que desinforman y caotizan; y que parecen querer retornarnos a la corrupción rampante, estructural y estratégicamente programada.
Providencialmente, nuestras guerras de independencia nos permitieron ver que nuestros vecinos son gentes aún más caóticas y salvajes que nosotros. Y las dictaduras, las intervenciones militares y los gobiernos corruptos, nos han ido enseñando que “nos organizamos o nos jodemos”. Así de simple y de crudo.
Pero el tema es otro: si nosotros queremos insistir indefinidamente en la estulticia colectiva; o vamos a procurarnos un mejor gobierno y un mejor país; empezando por elegir gente seria y bien intencionada para gobernarnos en democracia y paz social. Y cuál será nuestra cuota individual de colaboración en este Proyecto de Construcción de nuestra patria y nuestra identidad.