Algunas personas, pareciera que no pierden la oportunidad de hacer sentir equivocados o disminuidos a los demás. Constantemente hacen comentarios críticos, que pretenden mostrarle a la otra persona que todavía no ha alcanzado el estándar de perfección o de exigencia que poseen ellos. ¿Será ésta su verdadera intención?
Estoy segura que en la mayoría de los casos, esto ocurre sin que la persona exigente se dé cuenta del efecto negativo que pueden causar en los demás, sus comentarios y observaciones, cuando en realidad, lo único que busca con estos, es enseñar, transmitir o compartir, el conocimiento que atesora producto de toda su experiencia profesional o personal.
¿Valdrá la pena realmente, sugerirle a los demás que existe una mejor forma de hacer las cosas, corriendo el riesgo de que se enojen con nosotros o será mejor, dejar que cada quien lo haga a su manera y aprenda con su propia experiencia?
Recordemos que cada situación tiene siempre diferentes puntos de vista, que dependen del número de personas que participan en ella. Y para que ninguno se sienta ignorado o descalificado por la diferencia con los otros, hay que tener presente, que somos distintos por aprendizaje. Entonces, nos sentiremos más dispuestos a abrir el espacio que nos permita escuchar sin sentir que la otra persona pretende manejarnos u obligarnos a actuar como él o ella lo quieren. Recordemos que nuestras diferencias deben ser respetadas, siempre y cuando no exista una doble intención que pretenda tomar algún tipo de ventaja de nosotros a través de la manipulación.
Uno de los elementos que más nos pone a la defensiva frente a la sugerencia o los comentarios de los demás, es haber tenido una experiencia con un padre, una madre o un superior autoritario, que en alguna etapa de nuestra vida trato de imponernos su voluntad y criterio sin darnos la oportunidad de expresar nuestro punto de vista, compartir nuestros argumentos ni hacer nuestras propias elecciones. Puede ser tan negativo, pretender todo el tiempo decirle a los demás que están equivocados y que deberían hacer las cosas en la forma en la que nosotros lo haríamos, como mantenernos cerrados y a la defensiva cuando alguien se acerca para hacernos alguna observación con respecto a nuestro trabajo, comportamiento o decisión.
Busquemos el equilibrio en nuestra relación con los demás. Aprovechemos la oportunidad que nos da la vida de intercambiar experiencias, conocimientos y herramientas para suavizar y al mismo tiempo enriquecer, nuestra calidad de vida. No cometamos excesos creyendo que nadie puede enseñarnos algo nuevo, que aporte a la vida de otros,.Hagámoslo con el respeto al libre albedrío que tenemos todos. Pero, tampoco nos equivoquemos al pensar y actuar como si ya supiéramos todo, tratando de mostrarle especialmente a las personas de nuestro entorno familiar, que sabemos más que ellas y que no necesitamos sus comentarios, porque seguramente nos perderemos la oportunidad de aprender de ellos, sin necesidad de pasar por el mismo proceso muchas veces difícil que experimentaron y que les dio el conocimiento y madurez que ahora tienen. No es la teoría la que realmente nos enriquece como seres humanos, tampoco la capacidad de repetir lo que hemos leído o escuchado de otros, sino más bien, la puesta en práctica de lo que hemos descubierto, que puede hacernos bien.
Tenemos que vencer la apatía y la resistencia a cambiar y a incorporar en nuestra vida aquellos elementos positivos que otros comparten con nosotros y que pueden ayudarnos a tener mejores relaciones, a sentirnos bien, a ganar paz interior Con ello lograremos alcanzar la claridad, la madurez, la experiencia, el conocimiento y la conciencia que necesitamos, para tener una vida plena. Dejemos de hablar y abramos los oídos del corazón y la mente, para reconocer, valorar e incorporar todo lo bueno que llega a nosotros y reunamos el valor necesario para desechar lo que pueda hacernos daño.