Las elecciones se han convertido en un peldaño para que un partido ascienda al poder y actúe conforme a su mejor parecer, que no siempre es el de la mayoría que votó para que esa organización ejerciera el Poder.
Es oportuno recordar y equiparar las elecciones, aquí y en cualquier parte del mundo, con la situación que permitió a Ulises de Ithaca vencer los cantos de las sirenas, que lo tentaron mientras navegaba de regreso de la guerra de Troya a los brazos amorosos de Penélope, su dulce y casta esposa.
El legendario guerrero hizo que lo ataran a uno de los palos de la nave en la cual viajaba y mientras las sirenas cantaban y bailaban con dulzura y gráciles y lascivos movimientos, Ulises no se pudo zafar de los nudos marineros que lo mantuvieron atado al palo mayor.
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Siempre he presumido que todas las promesas electorales tienen un 100 por ciento de seriedad, que son formuladas de manera honesta, que están preñadas de buena fe e intenciones sanas, pero todo cambia el día después de la toma de posesión, cuando se conocen los números de verdad, cuando se ve la montaña de dinero que maneja el Estado y la falta de controles.
Cuando llega la hora de “o to’ toro o to’ vaca” no hay tiempo, ni siquiera, de pensar en establecer controles especiales y eficientes, los chorros de ingresos públicos se agolpan en la puerta pugnando por entrar a ser registrados legal y efectivamente.
Ya para entonces hay una nueva realidad, la realidad real, no la que dicen los libros de politiqueros de antes que ya ordeñaron la res pública, la realidad real se manifiesta en la suma de los depósitos en el Banco de Reservas al final del día, en la cuenta República Dominicana.
Es tanto el dinero que ingresa a la cuenta que permite pensar que alcanza para cumplir las promesas electorales, pero ¡qué va! nunca hay tanto dinero en el Estado que se pueda hacer frente a todas las necesidades reales, al mismo tiempo, entonces, en esa hora del tranque, triunfa el mejor jugador, el que guardó la ficha que debía caer en su frente en la tercera ronda del juego de dominó.
El sistema electoral, por demás, tiene unos tiempos muy arbitrarios, si recordamos que Roma no se hizo en un día, cuando el nuevo grupo está comenzando a entender los intríngulis del poder ahí viene el período preelectoral y lo que implica en cuestión de orden, abandono de clases permisos extra para los empleados y, paro de contar.