Cuando Juan Bosch llamó a su padre, José Bosch Subirats, el 31 de mayo de 1961, para informarle el ajusticiamiento de Rafael Trujillo, él le comentó: “Prepárate, Juanito, porque vas a ser el próximo presidente de la República Dominicana”. Al referirse a esa respuesta, Guillermo Piña Contreras observó: “Esas palabras no eran de premonición ni de aliento, las decía con conocimiento de causa: Juan Bosch era el líder del exilio dominicano…”. (Diario Libre, 23 de diciembre, 2022).
Además de ser la personalidad de mayor prestigio del exilio, Bosch había acumulado la experiencia, los conocimientos y hasta el temperamento, para ocupar el alto cargo del que fue investido el 27 de febrero de 1963, tras el “tsunami electoral” del 20 de diciembre 1962.
A propósito del primer congreso del Partido Revolucionario Dominicano, celebrado en el otoño de 1944, y a causa de celos, el dirigente exiliado que llegaría a ocupar la presidencia de su país, se le encomendó la misión de viajar por varios países de América haciendo propaganda contra la tiranía trujillista, maniobra a la que respondieron algunos de los delegados del congreso, encabezados por Ángel Miolán, proponiendo que se declarase a Bosch candidato a la presidencia de la República por el PRD tan pronto fuera derrocado el gobierno de Trujillo.
Esa circunstancia contribuyó a ampliar y profundizar sus relaciones internacionales, en favor de la causa dominicana y regional. El itinerario de esa gira lo señalo en mi libro Juan Bosch: ética, pasión y patria, entre cuyas fuentes figura la obra Trujillo : La trágica aventura del poder personal, de Robert D.
Crassweller:
“Bosch se fue a México, de ahí a Guatemala y de Guatemala a Venezuela, viajando por su cuenta, porque el PRD no disponía de fondos para pagar sus viajes. En ese recorrido por México y el Caribe, entabló amistad con varios líderes y empezó a desarrollar un plan de acercamiento entre ellos y el PRD, y con figuras no dominicanas como Juan José Arévalo y Jacobo Arbenz en Guatemala; Rómulo Betancourt, Rómulo Gallegos, Jóvito Villalba y otros líderes venezolanos y cubanos”.
Así, no solo se movió en los niveles más altos del poder en Cuba, donde vivió 18 años de los 23 de agitado, intenso y fecundo exilio. Se destacan, además, sus estadías en Costa Rica y Venezuela, donde compartió proyectos contra la tiranía y en favor de la democracia. Con autorización del gobierno cubano, le correspondió llevar a la revolución costarricense de 1948 las armas de la fracasada expedición de Cayo Confites. En uno de sus exilios, acogido en Costa Rica por José Figueres, fue invitado a participar, en 1953, en sesiones del Consejo de Gobierno.
De igual modo, en su exilio venezolano era consultado por la administración de Rómulo Betancourt, en los años 1958-60. En una ocasión se solicitó su parecer sobre la devaluación del bolívar. Opinó de manera negativa, con el argumento de que una primera devaluación, arrastraría otras, con efectos perniciosos en la economía del país. No se tomó en cuenta su advertencia, y son bien conocidas las nefastas consecuencias de aquella decisión.
En ocasiones, escuchamos a don Juan comentar que en sus años de exilio, estaba muy atento de las decisiones, sucesos y detalles de la política y acciones de los gobiernos, con el interés de que esas experiencias pudieran serle útil al país, cuando él y sus compañeros regresaran a la patria.
Ello explica, en gran medida, la cantidad de proyectos y de obras que en apenas siete meses fueron ejecutados, aun en tiempos difíciles. La Constitución del 29 de abril (1963) es, sin duda, su más trascendental y fecundo legado. (Continuará).