En la Sala Ramón Oviedo, esta exposición despliega la maestría pictórica absoluta del artista Guillo Pérez gracias al coleccionista Juan Portela
Previamente a todo comentario de la exposición, dos consideraciones deben ser expresadas. La primera concierne a la Sala Ramón Oviedo. Esta muestra espléndida de Guillo Pérez corresponde a su función de ilustración y educación por estar ubicada en un sitial, y esperamos que así continúe en la cima del arte dominicano.
La segunda consideración se dirige a la colección ejemplar –única tal vez en su clase- de Juan Portela, o sea –en opinión nuestra- una visión ideal del coleccionismo. Lo podemos afirmar, por no haber llenado ningún papel de orientación ni curaduría en este repertorio de excelencias. Solo admiración…
Reconocimiento a la abstracción
Muestra cimera, tiene tanta riqueza su contenido como acierto el montaje de Amable López Meléndez, que permite a través de unas decenas de obras solamente –si incluimos el mosaico de casi miniaturas y bocetos- seguir una extensa e intensa trayectoria. La primera obra, pequeñita y refinada, ya anunciaba el futuro. Esta joyita del paisaje ya hubiera podido trasladarse a otras dimensiones.
Guillo Pérez recibió sus primeros reconocimientos en la abstracción, alternando ritmos fogosos, superficies agrietadas, colores oscuros y contrastados. El cromatismo imponía su fuerza, aplicación enérgica del oleo con cuchilla, brochas y brochitas… Felizmente, la exposición confiere importancia a estos abstractos, especiales en el arte dominicano.
La materia pictórica
Comprobamos que vigor y eficacia de Guillo Pérez en la abstracción continuaron en una vehemente figuración expresionista de pasta sustanciosa.
Aquí, cada cuadro debe disfrutarse hasta la materia pictórica. Guillo Pérez le sacó partido al aceite y su potencial aglutinante, llegando a trabajar ciertas partes de la obra como si fuera en tres dimensiones.
Ello no impide, aun en una misma obra, un efecto de contraste por texturas ligeras… En esa maestría del empaste y de las capas superpuestas, diseño y forma subyacen aunque el color domina.
Si no solemos encontrar en Guillo la técnica del collage, sin embargo vemos aquí un encolado con tejido, sorprendente en su originalidad
Figuración especial
Desde el paralelismo de formas verticales y el ritmo resultante, el cromatismo impone su fuerza. Los colores poseen una connotación de solemnidad y misticismo, incluyendo una luminosidad algo sobrenatural y armonías muy personales.
Guillo Pérez se adueñó de la abstracción y la figuración. Observamos que, en épocas, él ha llevado la temática religiosa –iconografía, vivencias, iglesias, recuerdos de Israel- a su pintura. Simultáneamente, él plasmaba paisajes rurales, con bohíos y ríos, casas y campiña criollas, los cuales pintaría siempre…
Si Guillo Pérez privilegiaba, ¡con palabras apasionadas!, un estilo que él llamaba el “constructivismo antillano” y que contribuyó a su inmensa popularidad, esa vertiente de la obra no predomina en la exposición, y queremos apreciar esta alternativa curatorial.
En pocas palabras, el maestro Guillo Pérez crea “recreando” la pintura hasta el punto de que, después de visitar la Sala Ramón Oviedo, seguimos sintiendo el impacto de una obra genial.
El Centro León presentó en el 2016 una selección de la colección de Juan Portela Bisonó, titulada misteriosamente “7,300 días”, porque correspondían a veinte años de (re)colección. Entre las incontables maravillas presentadas, había tres Guillo Pérez de la época neo-abstracta.
Todas las obras expuestas provienen de la colección de Juan Portela, con la excepción de dos, prestadas por Willy Pérez, artista que ha seguido los pasos de su padre. El gallo emblemático de Guillo Pérez se consideró casi un autorretrato.
Guillo Pérez
Nacido en Moca en 1926, con primeras vocaciones de sacerdote y violinista. Se inició en los estudios de religión y de música.