Octavio Paz o la escritura como camino

Octavio Paz o la escritura como camino

El mono gramático.

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Todo pensar tiene lugar mediante el lenguaje. Este hallazgo apunta a la relación entre el pensamiento y el lenguaje, estudiada a fondo por la filosofía contemporánea, en especial por la filosofía analítica. Pero, ¿qué cosa es el lenguaje? Desde Ferdinand de Saussure y Baudoin de Courtenay sabemos que el lenguaje es un sistema de signos. El lenguaje no es mero ensamblaje o suma de palabras, sino un conjunto de sistemas de categorías formales, con un material sonoro articulado, que cambian de una lengua a otra.
Pero si todo pensar ocurre mediante el lenguaje, ¿qué es lo primordial: pensar sobre el lenguaje o pensar sobre el pensamiento? Goethe se ufanaba de “no pensar nunca sobre el pensamiento” y prefería la simple naturalidad de la mente. Paz, en cambio, intenta pensar de nuevo la relación entre pensamiento y lenguaje.
La autorreflexividad es una propiedad del lenguaje. Esto significa que el lenguaje se vuelve sobre sí mismo para pensarse. Significa que el lenguaje no habla de las cosas ni del mundo: habla de sí, para sí y consigo mismo. Antes de dirigirse a cualquier instancia referencial, el lenguaje debe dirigirse a sí mismo. La escritura poética es también autoconsciente: reflexiona sobre su propio origen. Antes de hablar del mundo, debe hablar de sí misma.

El lenguaje es siempre lineal, horizontal: una sucesión. El texto es una sucesión que comienza en un punto y acaba en otro. La escritura no consiste simplemente en poner una palabra tras otra o en trazar unos caracteres detrás de otros. Es mucho más: un camino, una búsqueda. La lectura es contemplación, pero también crítica y desciframiento.

Paz retoma un problema clásico de la filosofía griega: el conflicto dialéctico entre dos conceptos fundamentales: el ser y el cambio. Esto es: el problema del cambio y la fijeza, del movimiento y la inmovilidad, que se expresa en la vieja disputa entre Heráclito y Parménides. Para Heráclito, ser es ser algo. Lo que es, está cambiando constantemente. Todo fluye. Nada permanece igual en dos momentos sucesivos. Nadie puede bañarse dos veces en un mismo río. Parménides, en cambio, afirma la imposibilidad del cambio. Nada cambia. Lo que es, lo que ha sido, debe haber sido siempre y será siempre. Su discípulo Zenón de Elea sostiene que el movimiento es imposible. Nada se mueve. Sólo existe la inmovilidad. El ser es siempre el mismo. Su célebre argumento de Aquiles y la tortuga es una aporía y una paradoja. Aquiles nunca alcanzará a la tortuga; la flecha nunca llegará a su blanco.

Toda la filosofía clásica posterior será un intento por resolver la vieja oposición entre cambio y fijeza, movimiento y quietud. ¿Es el movimiento sólo un estado de la inmovilidad o, en cambio, la inmovilidad sólo un estado del movimiento?

Entre el “todo fluye” de Heráclito y el “nada cambia” de Parménides, Paz escoge lo instantáneo, la momentánea fijeza. La sabiduría no está en el cambio, ni en la fijeza, sino en la dialéctica entre ambos. La sabiduría está en lo instantáneo, en la percepción de una sensación que se disipa.

La fijeza es siempre momentánea, sí, pero sólo en la memoria del escritor que, en el acto de escribir, reinventa el camino de Galta, un pueblo en ruinas en las cercanías de Jaipur, en Rajastán; que lo recorre de nuevo cuando lo describe y lo (re)inventa al recorrerlo. Las cosas están fijas en la mente, fijas por un instante en el acto de recordar. La fijeza es siempre momentánea, como es a un tiempo eterna e instantánea la espera de los duendes en el cuadro de Richard Dadd comentado por Paz: “The fairy-feller’s masterstroke”. Ellos esperan un instante, un milagro, el golpe maestro del leñador que rompa el hechizo y los libere definitivamente de su angustiosa espera.

Paz escribe: “La fijeza es siempre momentánea”. Al decirlo, pronuncia (produce) una frase única. La función del hablante es producir y construir frases. La función de la crítica es desmontarlas, desintegrarlas: deconstruirlas, para decirlo en sentido posestructuralista. Cada palabra es metáfora de otra palabra que es metáfora de otra palabra, y así sucesivamente.

Permanencia es metáfora de fijeza. Movimiento es metáfora de cambio; cambio es metáfora de devenir; devenir es metáfora de llegar-a-ser, que, a su vez, es metáfora de tiempo en sus transformaciones incesantes. Este juego metafórico guarda estrecho vínculo con el mecanismo de la deconstrucción, en donde cada signo remite a otro signo, que, a su vez, remite a otro, y así ad infinitum. Esto nos lleva a un juego sin fin, al “juego de las diferencias”, a lo que se ha denominado la “semiosis infinita”.

La escritura es la memoria de la lucidez. “El mono gramático” es la memoria de una experiencia íntima del autor: la experiencia del camino de Galta, recorrido una vez por Paz, reinventado por las palabras, recreado por la magia fascinante del lenguaje. En virtud de la creación poética, la experiencia personal –única e irrepetible- se transmuta en experiencia literaria.

En San Agustín, la memoria es el tiempo vivido y recordado, la forma de autoencuentro del yo. “Soy yo el que recuerdo, yo el espíritu”, nos confiesa en el libro X de “Las Confesiones”. Este yo se desdobla y se reconcilia en el pasado-presente. Desde los románticos (Keats), el sujeto del texto se reconoce como diverso del sujeto personal del autor. En Proust, el repaso de la memoria (de su memoria) es, de principio a fin, un análisis teórico del mecanismo del recuerdo involuntario. El “yo” personal ya no tiene ningún valor en literatura, ni coincide con el yo literario. Esto lleva directamente a cuestionar la permanencia del yo, la identidad del sujeto.

El hombre que camina por este texto es el poeta que lo escribe. En 1970, Paz escribe desde el recinto de Cambridge sobre el otro Paz que, un día cualquiera de los años sesenta, recorre el paisaje inhóspito de Galta. Entre el Paz que emprende el camino de Galta y el Paz escritor (¿figura del lenguaje?) que tiempo después lo rememora y lo escribe, el sujeto es el mismo y a la vez distinto. Se trata del mismo sujeto, pero que ahora se reconoce como diverso, distinto, otro, en la escritura. El texto es recreación de un momento único y privilegiado y experiencia poética revivida.