El recuento de las campañas electorales criollas permite valorar el talante de los estrategas, de los magos de la publicidad, pero también el desborde de infamias. Antes del internet, del inconmensurable poder de los youtubers, de la agrafía delincuencial, aliada al poder, disparando agravios sin contén, la difamación fue costumbre. La mentira circulaba como un torrente y la honra de los agraviados se perdía en un instante sin derecho a recomponer lo roto.
Desde la reiteración de “muñequito de papel” y las acusaciones contra Juan Bosch, hasta las invenciones tremendistas para invalidar candidatos de los diferentes partidos, el embuste calaba, influía y solo una minoría podía separar la paja del trigo. Los hacedores de infamias soltaban la falsía y la especie recorría el territorio. A los candidatos se les acusaba sin prueba y el rumor sobre ocurrencias inexistentes llegaba hasta la fila, el día de las votaciones.
Los reclamos para adecentar las campañas electorales intentaron modificar la práctica, pero queda el retintín y, además, a las gradas les encanta el desfile de improperios, que vertidos y difundidos a través de la cloaca de las redes, resultan de difícil o imposible control.
El propósito de transformar el quehacer electoral ha sido constante, pero la intención se queda en pactos y en proclamas piadosas, sin ningún efecto. Algunas variaciones son destacables y aunque no impiden el desenfreno, ralentizan el caudal de lodo que vierten algunos especialistas en fango. Las imputaciones a la intimidad, verbigracia, son reprobables en época de “lo políticamente correcto” pero participan en la carrera la corrupción y el narcotráfico. La opción es creer o no creer.
Tanto es así, que la mención, durante la campaña pasada, de candidatos pertenecientes al PRM, ligados al narcotráfico, lavado de activos, enriquecimiento ilícito, fue atribuida a la coyuntura, a maldades propias del proceso. Los hechos demostraron la veracidad de las denuncias. “La nueva política” que profesa el oficialismo tiene sus narcos diputados, algunos beneficiarios de la presunción de inocencia, otro confeso, firmando acuerdos en EUA.
La batalla entre candidatos compite con las ofertas para lograr votos, con el afán para conseguir respaldo en las urnas. El cansancio ideológico, la cooptación gracias a la codicia y a la fragilidad de convicciones, impiden ofrecimientos creíbles, contundentes. En la época de la inteligencia artificial las propuestas para las elecciones municipales son pedestres, algunas simpáticas. Los candidatos saben a quienes dirigen su convocatoria y brindan sancochos, timbales, “empaguetadas”, visita a la peluquería.
Una elite voraz persigue la permanencia en el poder a expensas de una mayoría sin rumbo, presa de la inmediatez, esperando un plato de locrio. La oferta gastronómica y cumbanchera, más la presencia del pastor, candidato a la alcaldía de Santo Domingo Este, acompañado del príncipe Karim, en una vivienda mísera, remedo de un programa de tele realidad, superan con creces el reparto de lencería roja, en una de las campañas reformistas el siglo pasado y la distribución de gallinas y papeletas del recordado cacique de Higuey. Parece que el adanismo, la primera vez, también está presente en la deplorable oferta electoral.