Grato es recordar aquellos tiempos del renacer del baloncesto dominicano cuando el carismático narrador Frank Kranwinkel, para destacar algunas jugadas espectaculares puso de moda, con su inigualable estilo, la frase: ¡Oigan la bulla amigos!
Asocio esta nostálgica algarabía con la ruidosa expansión que ha continuado provocando la desafortunada jugada de los diputados al disponer de 176 millones de pesos de nuestros aportes para “agasajar” con la entrega de electrodomésticos a cientos de madres dominicanas en su día.
El impacto de la bulla, esta vez no de celebración, sino de protesta, estaba previsto, pues ya la fecha del Viernes Santo había sido aviesamente instrumentalizada para el reparto de 13 millones de pesos entre los legisladores, con el alegato de asegurarles las habichuelas con dulce a algunas familias dominicanas. La reacción de la población no pasó de algunos resabios con tintes folclóricos, pero sin mayores estridencias, lo que permitió que para la siguiente conmemoración se recargaran las arcas y se preparara una jugada de mayor cuantía.
Los legisladores pifiaron al calcular su jugada, esta ocasión montada sobre la miseria y desprotección en que viven las madres dominicanas. Creyeron que por espuria e improcedente que fuera la fuente de los recursos, un “agasajo” al ser más querido con electrodomésticos de caja, era algo que, aunque despertara algunas críticas, a fin de cuentas, iba a pasar sin mayores quejas ni asombros. La celebración pasó, pero aún el repudio de la sociedad se siente sin que las excusas y explicaciones de los legisladores haya podido minimizar el dislate.
Es precisamente un organismo como la Cámara de Diputados, llamado a encaminar la nación por los senderos de la institucionalidad y el orden, el que patrocina y propicia el desconocimiento a las normas que sostienen y guían los más elementales procedimientos de la gestión pública, de la ley y de todo principio de respeto y representación democrática.
En vez de producir un documento, de someter algunas disposiciones legales o promover el sentimiento de honra y exaltación de las madres a través los recursos que constitucionalmente les asisten; en vez de presentar algún proyecto de ley que les garantice a las madres verdadero bienestar social y que apunte a liberarlas del estado de miseria en que viven, los legisladores quisieron aprovechar el sentimiento maternal para la manipulación, el clientelismo y la entrega de migajas indignantes que, en todo caso no les corresponde a ellos, y que distorsiona y rebaja las funciones que les son propias según está consagrado en nuestra Carta Magna.
Se calculó que el revuelo iba a ser pasajero y que no iba a tener mayor impacto para la ya deteriorada imagen del cuerpo legislativo; sin embargo, ha sido todo lo contrario, esta operación oportunista ha servido para poner sobre el tapete las deleznables prácticas de repartos inescrupulosos que se realizan a través de los llamados cofrecitos y barrilitos.
Este pueblo domesticado por el clientelismo, el oportunismo, y la dádiva indignante, ha ido comprendiendo que el asistencialismo de migajas que deja en las manos de quienes reparten el puñado más abundante, no es la vía para salir de la miseria y la pobreza.
El “gracioso” reparto de los señores diputados ha dejado un grado de indignación tal que muchos han pensado en la búsqueda de mecanismos efectivos y directos que permitan impugnar acciones de este tipo.
Es probable que la costumbre negativa de comprar simpatías a través de este tipo de acciones continúe, no se sabe hasta cuándo, pero lo cierto es que las madres pasaron, pero aún resuena con irónico murmullo la popular frase de Kranwinkel: ¡Oigan la bulla, amigos!