La OISOE no es sólo OISOE; el escándalo reciente es la desnudez de las múltiples formas de corrupción en el país: malévola, pervertidora, inhumana; disfrazada con nombres rimbombantes, en este caso: Oficina de Ingenieros Supervisores de Obras del Estado.
La OISOE no es una institución cualquiera. Está adscrita a la Presidencia para servir los propósitos de la Presidencia. No es corrupción en Pedernales, ni en Elías Piña, ni en Dajabón, ni en la cochinchina. Es en la capital, en la cercanía presidencial.
Pero el encono de la población (que el Gobierno sabe se evapora rápido), es un ejercicio facial u oral, nunca mental; porque si golpeara realmente el cerebro, produjera una revuelta moral y social.
La corrupción gubernamental dominicana es ancestral y persistente. Y si en el sector privado también hay corrupción, es porque lo permite (y hasta fomenta) el Gobierno. Es muy simple, en sus manos está la ley para permitirla o no.
¡¿Cómo es posible que se asigne una obra de construcción y funcionarios públicos se propongan hundir los ingenieros (o cualquier contratista) dilatando el pago? ¿Cómo es posible que funcionarios vinculados a la misma institución que debe pagar las obras sean prestamistas de extorsión? ¿Cómo es posible que se necesite un suicidio para que el fraude sea noticia?
En República Dominicana, desde tiempos inmemoriales, el raterismo es sinónimo de gobiernismo. Y como tanta gente depende ahora del Gobierno, el raterismo es una condición amplificada en la sociedad dominicana.
Por eso los escándalos se repiten. Por eso los enconos se evaporan. Por eso los políticos aspiran a ser beneficiarios. Por eso no persiste la crítica contundente. Es un mal tan extendido y profundo que mucha gente lo toma simplemente con cinismo y despecho.
Antes como ahora, se producen algunos encarcelamientos, pero se dilatan los juicios; y el Gobierno espera que pase el reperpero para seguir igualito. Todo vuelve a la normalidad: el robo, la extorsión, el abuso. Una ciudadanía a la intemperie.
La OISOE ilustra la perversidad en el Estado Dominicano. Se creó para un fin (supervisar) y devino en otro (ejecutar). Se creó, supuestamente, para lograr mayor rapidez y efectividad en los proyectos de construcción, pero devino en instrumento reeleccionista de todos los presidentes desde Balaguer que la creó.
La OISOE es duplicidad porque hay un Ministerio de Obras Públicas, pero la duplicidad genera beneficios al partido gobernante, el que sea, porque hay más empleos públicos y más oportunidades de extorsión.
Ningún presidente dominicano está exento de la culpabilidad que emana de una oficina sin misión correcta, y por demás, sellada por denuncias de corrupción. Al director de la OISOE lo nombra el Presidente y responde directamente al Presidente. No hay pues manera de hacerse el tonto o culpar a otros.
Pero ojo, en República Dominicana se puede robar a la luz del día y no pasa nada (pregúntele a un transeúnte asaltado), se puede extorsionar y no pasa nada; siempre y cuando la víctima esté desprotegida, lo que sucede a la mayoría de la ciudadanía.
El baño ensangrentado en la OISOE es el cristal perfecto para mirar todo el Estado Dominicano. No importa en qué dirección, aparece la letanía de escándalos de corrupción o ineficiencia.
Y todavía el Gobierno espera que la población esté feliz, que siga adormecida, y crea que en este país se forja una clase media grande y fuerte.
El Gobierno sobrevive impune a todos los escándalos por una sencilla aunque grave razón: no existe ninguna fuerza con suficiente poder moral y político para cuestionar legítimamente la corrupción.