Es una obra pictórica cuyo discurso se empapa totalmente de las visiones de la cotidianidad. Pero siempre se centra lo humano, con una determinación morfológica y anatómica de tener siempre presente el cuerpo evocado en fracciones visuales, en espacios anatómicos que se convierten en los mismos espacios cromáticos y discursivos.
Así sucede con una mano apoderada y centrada como símbolo de pertenencia. En ese centro de la mano el misterio de elementos ocultos y callados, de elementos que se convierten en el sueño y en el misterio, en una paloma blanca voladora como si fuese el símbolo del apoderamiento de la vida. En el trasfondo, el espacio torácico de una figura humana con el acecho perpetuo de rostros- máscaras.
Esta composición vierte hacia una poética visual donde se extienden brazos abiertos al azar, abiertos al sueño, abiertos a la imaginación.
Pero no nos podemos detener en la alegoría cromática, en la alegoría dibujística de evidencias humanas, porque más allá de la iluminación de un sueño también podemos aterrizar en la obra de Omar Molina en una representación de un focus antropológico y de un focus social, así lo tenemos por ejemplo en la obra donde aparece en pleno centro de la tela, la máquina afiladora de un personaje que ha podido acompañar la vida barrial y municipal. En el fondo todo un trabajo estratégico de configuración urbana donde el artista extiende a brochazos entre blanco, gris, negro y toques amarillos y a veces verdes un geometrismo constructivista que enfoca la urbanidad y en el centro la cafetería mencionada en un palo de luz, es la evidencia realística frontal, asimismo escrita con pintura en la tela y el hombre que va afilando, concentrado en su maquinaria.
El conjunto de esta obra trasciende en un trabajo de composición pictórica donde el artista evidencia ante toda su figuración realista el vaivén de los transeúntes en movimiento de vida configurando totalmente el trabajo compositivo de un artista que sabe organizar sus telas en espacios donde las perspectivas evocan la vida con los efectos de colores dando toda una energía a un espacio visual de la realidad llevada a una estética pictorial.
Omar Molina es testimonio de una época, de un momento, de la vida urbana dominicana. Quien puede olvidar la casa Paco, pues está dignamente significada de nuevo en esa composición de fondo geométrico constructivista donde las casas, los pisos, las habitaciones en formas sobrepuestas amontonadas, apretadas con el efecto de vida de una ropa colgada en fondo. Se divisa también por la línea y a través de la línea negra de todos los cables, la cotidianidad dominicana con recursos gráficos del realismo representativo y humorístico, que puede conjugar y puede tirarle el guiño a dos elementos pictóricos de la narrativa visual: la consciencia pop-art y folk-art que muchas veces contienen lo real y maravilloso de la imagen.
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Si miramos bien la figura central, es una vaca tirando lengua de sudor con gafas, las mismas gafas que lleva el conductor y detrás una mirada de efecto ingenuo y malicioso de un perro callado y todo esto configurado en un carro que todos reconocemos de aquellos años 70, 80. El conjunto de esta tela de nuevo configura la mirada distante y próxima de una realidad absolutamente asombrosa y llena de contrastes que nos llevan al buen humor de la vida en el trópico.
Un trópico insular que nos dice que hay que afanarse mucho y que hay que pedalear mucho para llegar, llegar más allá del puente, llegar debajo del puente, pedalear en esa bicicleta que es el símbolo del afán de las clases populares de un lado a otro en la ciudad, el puente frente a un creciente de luna, dos puentes que hacen posible la comunicabilidad y visibilidad de una ciudad dividida por un río frente al mar, y ahí de nuevo la cromática en el centro encendida por ese amarillo bajo la luz de un creciente de luna que intenta tomar todo su espacio en medio del atardecer. Aquí también línea, círculo, rectángulos, cuadrados para representar en este realismo antropológico la función del ser humano a través de su urbanidad.
Y es que Omar Molina implica el ser humano desde su perspectiva individual hacia su perspectiva grupal y eso lo vemos en un resultado pictórico en ese barco donde se aprietan, se amonton seres humanos hacia el viaje, hacia una aventura que sentimos en esa paleta de líneas blancas de rostros por adivinar, de seres humanos por definir, porque todos se convierten en una representación artística de toques minuciosos de pintura que establece la representación humana como si estuviéramos en una obra puntillista del fauvismo, pero aquí el artista sabe destacar cuerpo, un cuerpo que aparece en un extremo del barco y que se levanta en la multitud en el barco arrebatado, el barco azul del mismo color del mar en espalda esa mochila de ese joven que está preparando y viendo el sueño de la partida de ese barco y se quedó con el sueño….
El conjunto de la obra tiene un equilibrio cromático que son los fundamentos de la distribución y del manejo de la pintura en el pincel y brocha, equilibrio del azul, equilibrio del gris, equilibrio de esas líneas negras, de esos espacios distribuidos por un dibujo seguro donde el artista aplica con una precisión suelta y libre su arte de pintar.
Entonces entendemos que la obra de este pintor contemporáneo dominicano, Omar Molina, navega, camina así como navegan y caminan sus personajes y sus telas entre la lírica de una poética social llevada a una representación donde el nuevo realismo se conjuga con el simbolismo y con el cubismo a penas evocado en sus construcciones urbanísticas de inmuebles de fondos en sus círculos de ciclos y simbolismo también extendido a una alegoría humanística heredada probablemente del maestro Ramón Oviedo que aquí no vamos a evocar por trascendencia de tipo familiar, evocamos la presencia y constancia de Ramón Oviedo justamente en esa configuración donde el ser humano tiene una evocación morfológica que viene y trasciende del aspecto volúmico de la escultura clásica, brazo, cuerpo, cráneo, dedos llevados al dibujo con una idea desplazada del volumen para lograr una forma maciza llena y todo esto en el espacio también ilimitado.
No es pura casualidad que este artista sellara una obra muy interesante de visibilidad y lectura donde en pleno centro trasciende en transparencia la figura de Picasso, figura con un realismo alegórico que rinde homenaje al maestro malagueño, pero ¿será inocente poder identificar en el mismo centro del rostro de Picasso? La declaratoria de Oviedo, una declaratoria justamente que dice que no hay límites en el lienzo, por eso es que evocamos esas figuras que vienen de lado y lado en las obras de Omar Molina como si trascendiera el lienzo con espíritu muralista y como si ese lienzo entrecortara la inmensidad muralística. La obra condensa e intensifica el rostro del maestro Oviedo que se detiene en sueño y en reflexión sobre la mejilla izquierda del maestro Picasso y de frente primer plano en la esquina la cabellera, la línea de lentes, la casqueta que nos dice en esa gorra que estamos con el maestro reflexivo y pensante frente a Picasso.
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En esta condensación de obras podemos quizás aquí dar el señalamiento de la factura de Omar Molina, es una factura heredada, sí heredada pero no influenciada de la mística discursiva visual de Oviedo, heredada de la distribución espacial entre cuadro y fresco del maestro, pero también un lenguaje visual donde el artista Omar Molina en toda su metáfora no puede deslizarse de la inmediatez del entorno antropológico y el entorno social, es decir que la figura humana sigue y persigue la obra de Molina.
En esta antología visual del pintor Omar Molina tenemos el conjunto de una obra que entreteje en su poética visual una trasversalidad de lo que nosotros consideramos ser esa parte del mundo que es el Caribe en una flotación permanente entre “sueño y realidad”. Es obvio que el imaginario de Omar Molina se nutre desde la infancia probablemente de historias de referencias que tienen que ver con la oralidad porque resulta que el conjunto de esta antología nos demuestra que estamos frente a un artista que transforma y que hace metamorfosis entre la realidad y el sueño, una realidad que puede venir desde el caballo de Troya convertida en el adagio popular “Se va a armar la de Troya” pues él arma su Troya con el dibujo y con la pintura.
Por otro lado la presencia del toro, el toro emblema del minotauro, el toro figura anatómica bestial que inspiró muchísimo la forma, el volumen, la representación de esa fuerza animal en toda la obra picassiana figura también por supuesto retomada por Ramón Oviedo.
Si bien partimos de una pintura cuyo discurso está totalmente atado a la vida, tenemos en el conjunto pictórico de esta antología una poética que navega y camina entre la abundancia signográfica, y dibujística con la compresión de masas y a veces apariciones totalmente minimalistas y reservadas de una pintura que se enternece del azul profundo y marino del mar, del azul gris del cielo en un azul suave y tierno de una balada, la gama cromática definitivamente de Omar Molina se funde, se confunde y se pierde con la intimidad.
Crítica de arte, miembro
de AICA Internacional.