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“Las aguas estancadas se corrompen, las aguas corrientes se mantienen limpias”

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La leí por primera vez en un texto chino y luego comprobé que se usa con distintas interpretaciones. Me gusta la frase y la uso con frecuencia. Hace algunos años, a un amigo que ostentaba un cargo público lo movieron a otro lugar y le dije: “¡Qué bien, porque las aguas estancadas se corrompen!”.

“El agua estancada se corrompe; movida y agitada, conserva su frescura”. La idea central es que la inactividad trae podredumbre y la inmovilidad trae corrupción, y el concepto es aplicable a las actividades humanas, donde deben prevalecer la limpieza y la transparencia.

La alternancia en el poder es parte de los principios de la democracia y por eso los gobiernos se eligen para un periodo determinado, y los que persisten en quedarse eternamente terminan mal. Ejemplos sobran.

Pero no solo el concepto se aplica a los gobernantes, también a los cargos públicos, por lo que los poderes del Estado han presentado propuestas legales para limitar la duración en los puestos, por aquello de la tentación y el riesgo.

Podría entenderse que no hay relevo, que esa experiencia acumulada no debe desperdiciarse, pero sostener ese criterio impide que a personas capacitadas se les dé la oportunidad de probar que nadie es imprescindible.

La tentación y el riesgo siempre estarán, sobre todo cuando se es juez y parte, cuando todo lo determina el jefe y no un comité de vigilancia con capacidad para ejercer el pensamiento crítico, ese del que se habla ahora cuando se cuestiona la llamada calidad de la democracia.

Cuando los organismos funcionan con apego a los principios democráticos, los primeros en escuchar son los que deben tomar decisiones y poner atención tal vez al más humilde, porque su luz puede ser el faro que guíe las buenas actuaciones.

Este criterio es válido para los gobernantes, para los que quieren gobernar y, sobre todo, para quienes deben tomar decisiones para engrandecer la patria.

Las aguas estancadas son un problema de salud pública, porque la podredumbre puede contaminar las aguas sanas y, si aplicamos el criterio de la salud, también podemos aplicar el de la fruta podrida que corrompe a las que están al lado.

El concepto es también aplicable a todo lo que existe, comenzando por los seres humanos: debemos estar en movimiento, ejercitarnos para renovar energías y preparar al organismo para la resiliencia.

Se debe aplicar en el ámbito de las instituciones públicas: hay que renovar e innovar en aras de la transparencia y las buenas acciones, esas que sirvan de inspiración a los que vienen detrás y crear en ellos la confianza de que podemos ser mejores servidores para el país.

Me parece que los gobernantes deben asumir la frase, no solo para mantener limpio el Estado; con esa mirada puede evitarse el acomodamiento que luego genera corrupción y complicidad.

Hay muchas frases para la reflexión, como aquella de que al “árbol que da fruto se le tiran piedras”. Eso es verdad, de la misma manera que la envidia provoca la calumnia, pero es muy diferente tomar de las aguas estancadas que de las que lleva el río, limpias, cristalinas, como fuente de vida.

Y como dice la Biblia: “El que cree en mí, de su interior correrán ríos de agua viva” (Juan 7:38).

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Altagracia Paulino

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