Opinión

Teorías 

Donald Trump, Ucrania y Venezuela

Mientras la Teoría del Heartland explica el interés de Washington en Europa Oriental, el concepto de talasocracia ayuda a clarificar el comportamiento estadounidense en el hemisferio occidental

El presidente de Estados Unidos Donald Trump

Creado:

Actualizado:

La política exterior de Estados Unidos durante el segundo mandato de Donald Trump refleja un claro retorno a las ideas geopolíticas clásicas que han moldeado la estrategia de las grandes potencias durante más de un siglo. Aunque Trump suele enmarcar los asuntos internacionales en términos nacionalistas o transaccionales, la lógica profunda de su enfoque corresponde estrechamente con tres marcos conceptuales perdurables: la Teoría del Heartland de Halford John Mackinder, la teoría de la talasocracia asociada con el poder marítimo y la histórica Doctrina Monroe. Estos conceptos ayudan a explicar por qué Estados Unidos ha adoptado determinadas estrategias hacia Ucrania, Venezuela y el resto de América Latina. En conjunto, muestran cómo la política exterior de Trump no surge tanto de la improvisación, sino de un esfuerzo continuo por impedir que potencias rivales obtengan posiciones estratégicas importantes —en tierra, en el mar o dentro del hemisferio occidental.

La Teoría del Heartland de Mackinder es fundamental para entender la postura del gobierno hacia Ucrania. Mackinder sostuvo en 1904 que quien controlara Europa Oriental y la masa terrestre euroasiática central —el “Heartland”— tendría la capacidad geográfica y estratégica para dominar el mundo. Esta lógica sigue incrustada en el pensamiento estratégico estadounidense, independientemente de los cambios políticos. En el segundo mandato de Trump, Ucrania continúa siendo vista como un amortiguador crítico entre Rusia y el resto de Europa. Para los responsables de política en Washington que interpretan la competencia global a través del lente mackinderiano, permitir que Rusia domine Ucrania otorgaría a Moscú una ventaja estratégica enorme: mayor acceso hacia Europa, control reforzado sobre rutas terrestres euroasiáticas y una capacidad ampliada para presionar a los aliados de la OTAN. Ya sea formulado como reparto de cargas o como realismo defensivo, el enfoque de Trump consiste en respaldar la soberanía de Ucrania mientras aplica sanciones económicas y presión diplomática sobre Rusia. Incluso cuando exige a los gobiernos europeos asumir más responsabilidades en materia de seguridad regional, la premisa subyacente permanece intacta: impedir la expansión rusa sobre Ucrania preserva el equilibrio de poder en Eurasia. En este sentido, la Teoría del Heartland sigue condicionando los cálculos de Washington al resaltar la importancia geopolítica de Ucrania como pieza clave en la contienda por el futuro de Eurasia. Sin embargo, la administración de Trump es consciente de que la OTAN perdió la guerra y, en cierta forma, reconoce la conformación de un orden mundial tripolar dominado por esferas de poder. Las concesiones de Washington en Ucrania obedecen a una jugada de “doble matanza”, como se conoce en el béisbol, a cambio de la joya de la corona en su zona de influencia: Venezuela.

Mientras la Teoría del Heartland explica el interés de Washington en Europa Oriental, el concepto de talasocracia ayuda a clarificar el comportamiento estadounidense en el hemisferio occidental, particularmente en el Caribe y las zonas marítimas que rodean América Latina. La talasocracia —el dominio vía marítima— subraya el valor estratégico del poder naval, el comercio por mar, el acceso a puertos y el control de rutas marítimas. Este enfoque, fuertemente influido por el estratega naval Alfred Thayer Mahan, ha definido la estrategia global de Estados Unidos desde finales del siglo XIX. El segundo mandato de Trump ha mantenido esta tradición al priorizar la supremacía marítima en el hemisferio. El aumento de patrullajes navales, la intensificación de misiones antinarcóticos y la cooperación marítima con países como Colombia, Brasil y República Dominicana reflejan la preocupación por asegurar que las aguas estratégicas permanezcan libres de la influencia de potencias rivales. Al mismo tiempo, Washington observa con creciente inquietud las inversiones chinas en puertos desde Perú hasta Jamaica, así como la actividad naval rusa en el Caribe, considerándolas posibles amenazas a la movilidad y presencia marítima estadounidense. Estas políticas demuestran que, incluso en momentos de agitación interna, la orientación geopolítica fundamental de Estados Unidos sigue siendo la de una potencia talasocrática decidida a preservar el control de sus accesos marítimos.

La Doctrina Monroe añade una tercera capa interpretativa que ayuda a explicar la postura de Trump hacia Venezuela y, por extensión, hacia el resto de América Latina. Articulada originalmente en 1823 para advertir a Europa contra nuevas intervenciones en el hemisferio occidental, la Doctrina Monroe ha sido invocada repetidamente a lo largo de la historia estadounidense para justificar la resistencia a influencias externas en la región. Bajo Trump, esta doctrina ha experimentado una de sus reinterpretaciones más explícitas en décadas. Funcionarios de su administración han descrito reiteradamente el hemisferio occidental como un espacio estratégico donde potencias rivales como Rusia y China no deben obtener influencia política, militar o económica significativa. Venezuela representa el ejemplo más claro de esta lógica. El régimen de Nicolás Maduro, apoyado por contratos de defensa rusos, préstamos chinos, asesores iraníes y redes de inteligencia cubanas, constituye un desafío directo al principio de que el hemisferio debe permanecer libre de dominación extrarregional. Las políticas del segundo mandato de Trump —incluyendo sanciones petroleras, aislamiento diplomático de Caracas, apoyo a coaliciones regionales y advertencias públicas a Moscú y Pekín— reflejan una versión modernizada del mensaje original de Monroe. El objetivo no es solo promover la democracia, sino proteger el hemisferio occidental de la penetración de potencias rivales.

Más allá de Venezuela, esta doctrina moldea la relación de Estados Unidos con América Latina en general. La administración Trump se ha mostrado especialmente preocupada por la creciente presencia económica de China en la región, en sectores como infraestructura, telecomunicaciones y energía. Al desalentar a los gobiernos latinoamericanos de adoptar tecnología 5G china, asociarse con empresas estatales de Pekín o depender cada vez más de préstamos chinos, la política exterior de Trump busca contrarrestar lo que considera una forma contemporánea de influencia extrarregional. Paralelamente, Washington promueve una mayor alineación con Estados Unidos en materia de energía, migración y seguridad. Esta lógica es esencialmente una reedición moderna de la Doctrina Monroe: el hemisferio occidental debe mantenerse estratégicamente vinculado a Estados Unidos y no ser absorbido por el radio de acción de potencias globales rivales. La administración Trump ha desechado lo que denomina la agenda verde globalista neoliberal —como la describe el geopolitólogo mexicano Alfredo Jalife-Rahme— y ha abrazado una agenda energética soberanista. Venezuela es fundamental en ese propósito, ya que posee las reservas de crudo probadas más grandes del mundo, estimadas en unos 303,000 millones de barriles. La seguridad energética será esencial para apuntalar la consolidación de Estados Unidos como potencia en el desarrollo de la inteligencia artificial, dado que los centros de datos consumen enormes cantidades de energía y requieren un suministro confiable.

Asimismo, Venezuela posee la segunda reserva más grande del mundo en cuanto a coltán, después de la República Democrática del Congo. El coltán es un mineral crucial en la fabricación de dispositivos electrónicos, pero su importancia es aún mayor en la producción de chips, fundamentales para la inteligencia artificial generativa, una carrera en la que Washington busca superar a Pekín a cualquier precio. En este sentido, Venezuela es clave, pues quien domine la inteligencia artificial dominará el siglo XXI, como expresó Vladímir Putin en julio de 2022.

Consideradas en conjunto, estas tres teorías geopolíticas revelan una visión coherente detrás de las acciones de Trump. En Ucrania, la Teoría del Heartland respalda una política orientada a resistir la expansión rusa para impedir un cambio adverso en el equilibrio euroasiático. En el Caribe y Sudamérica, la perspectiva talasocrática impulsa los esfuerzos por mantener la supremacía marítima y asegurar las rutas esenciales para la movilidad estratégica estadounidense. Y en todo el hemisferio occidental, la reactivación de la Doctrina Monroe motiva la resistencia a la presencia de Rusia y China, especialmente en países políticamente vulnerables como Venezuela. Para Trump, estas ideas se traducen en una política exterior que puede parecer nacionalista en la superficie, pero que en realidad se basa en preocupaciones geopolíticas tradicionales orientadas a impedir que potencias rivales dominen regiones clave.

En conclusión, la Teoría del Heartland, la noción de poder talasocrático y la Doctrina Monroe continúan influyendo en la política exterior de Estados Unidos bajo el segundo mandato de Donald Trump, ofreciendo un marco útil para comprender sus decisiones respecto a Ucrania, Venezuela y América Latina. Estas teorías proporcionan un mapa estratégico para entender cómo Estados Unidos interpreta el mundo: negar a sus adversarios el control del Heartland euroasiático, preservar el dominio marítimo en torno al continente americano y proteger el hemisferio occidental de la injerencia externa. A medida que se intensifica la competencia entre grandes potencias, estas ideas geopolíticas clásicas mantienen una relevancia sorprendente, moldeando no solo la estrategia estadounidense, sino también la dinámica global del siglo XXI.

Sobre el autor
Julio E. Diaz Sosa

Julio E. Diaz Sosa

Es licenciado en Economía y Finanzas por el Rochester Institute of Technology. Posee una
maestría en Economía Aplicada, con especialidad en Mercados Financieros, por la Universidad
Johns Hopkins; así como una Maestría en Administración de Empresas (MBA), con
concentración en Finanzas, por la Universidad de Maryland en College Park. Además, cuenta
con una certificación en Ciencia de Datos por la Universidad George Washington.


Ha trabajado como economista en el Departamento de Estadísticas del Banco Mundial, donde
estuvo a cargo del manejo de las cuentas nacionales de los países de América Latina y el
Caribe. También se desempeñó como científico senior de datos en el área de servicios
financieros para la firma de consultoría Gartner.


Actualmente, se desempeña como representante de la República Dominicana ante el Banco
Mundial.


Es autor de los libros Notas Económicas con Julio Díaz (2016), Actualidad Geopolítica y
Económica: Retrospectiva cronológica (2020) y Geoeconomía, Geopolítica y Política RD
(2025).