Nos acercamos con ojos avizores a la pintura de Estrella Soto, y nos golpea una violenta sensación de permanente miseria material y espiritual. Modelos de la más abyecta degradación de seres desgarrados por el olvido y el desprecio, castigados por la indiferencia del hombre y de Dios.
Seres estatuarios, inertes y abandonados por la gracia de los cielos, revestidos de gruesos y táctiles pinceladas expresivas que descifraban la gráfica composición, haciendo verter la loca y exquisita sensación del bronco lenguaje del más intenso y desgarrador expresionismo.
Sus paisajes, grandes predios con la ausencia total del hombre, nos dan la sensación de viejas moradas abandonadas, coloreadas con sucios y atrayentes pigmentos, que nos dicen, que nos hablan de un diferente y auténtico manejo del color y del tratamiento plástico.
Son páramos urbanos, unas veces lavados por la tenue lluvia, protegidos por un cielo pletórico en nubes recias y amenazantes, cubiertas de extraños y arrogantes tonos de color que sólo el mundo de tortuosos sueños de Estrella Soto, podía concebir.
Narrador en sus estampas provincianas, de cómo un coloquio de calles, puertas, ventanas y la más atrevida e insólita nota de color, resultan ser como destino final, una fascinante, diferente y esplendorosa obra de arte.
La pintura de Estrella Soto, fea, sucia, expresivo rugido del alma. Hermosa, auténtica, de una exquisita sensación; tímida, pero dueña de todos los quehaceres de un buen arte, nunca, pero nunca otorga concesiones.
Puerto Plata lejana, morada de sus andares, siempre presente en su espíritu creador. Mil veces soñada y mil veces pintada.
Ideales paisajes con toda la carga afectiva del artista. Perfiles difusos de imaginarias luces, donde la pintura da forma y color a estancias estáticas congeladas en el tiempo; ahí, solo la textura del movimiento plástico rompe la inercia de su personal visión de ese retazo de sueños anclados en su recuerdo.
Decía y sostenía el laureado escritor Alejandro Dumas, que el “Arte se abastecía de la pasión, la angustia y la miseria”.
Varios ejemplos de reconocidos maestros del arte moderno los confirman o no los sugieren. Por ejemplo, EdvardMunch, maestro intransferible de la pintura de los siglos XIX y XX.
Munch penetró la psiquis y la intimidad de la sociedad noruega en una época y estado decadentes y nos ofreció sus personajes confusos, taciturnos, perdidos en su también confusa realidad. Personajes llenos de angustia, incertidumbre y tedio. Personajes salidos de las entrañas de una sociedad presa del pesar de no encontrar la más leve luz que anunciara el camino redentor.
Pero en su momento, también pintó la desesperación, la inconformidad y la rebeldía en contra del hastío y la indiferencia.
Así lo expresó en su más famosa obra: “El Grito”.
También existe otro singular caso. Armando Reverón, el pintor nacional de Venezuela. Reverón, el pintor de la locura cierta, bailaba alegres danzas con sus muñecas de trapo y madera, convertidas en su nublada mente en amantes o hijas o doncellas, quién sabe; yo no lo sé, nadie lo sabe, tampoco él lo sabía.
Oníricos paisajes nacieron de su ardiente vocación de pintor. Mares enfurecidos lindando los senderos de agrestes bosques tropicales. Encendidos azules y verdes esmeraldas limitaban los predios que componían su extraña visión de un arte que lindaba la irrealidad.
El corazón de la selva fue su guarida, que como fiera cuidaba y defendía.
En el más robusto roble de su entorno, construyó su “Castillito”, donde en las tibias tardes con sopor costeño, dormitaba su siesta cotidiana, y al caer la noche, el cielo le ofrendaba sus estrellas y el mar sus caracoles; que el decoraba con la infinita belleza que sus manos, milagrosas bondades creativas, realizaban.
Pasó el tiempo, y el indomable ser que habitaba en Reverón, cayó con la razón aturdida en manos de la inclemente civilización de los hombres comunes; y así, confinado en un sórdido rincón frío de un manicomio oscuro, cumplió sus últimos días el más hermoso y encantador artista de Venezuela y América; cansado de tanta angustia, pasión y miseria.
A ese grupo de hombres artistas, pertenece Estrella Soto. Narrador de la triste verdad existencial de esos seres que tanto le duelen. Pintor de la triste estampa; sin rodeos ni esquivas distracciones, viste a sus seres queridos con la más depurada técnica de empastes cromáticos lacerados, espatulados con agresiva expresión. Así, colgados a sus camaradas de siempre de la ausente ilusión que le negó la vida.
En el telón de fondo de sus interesantes cuadros; priman los grises, ocres y pardos; colores que denuncian la incertidumbre y la tristeza.
Ropaje de tímido color, que apenas viste la pulcra desnudez de sus comensales de siempre.
Orlando Estrella Soto es un eslabón importante de nuestra pintura, de un arte franco, sin ataduras, valiente, conceptual, de buen taller, de recia estampa en delatar a una amarga y triste realidad que todavía deambula por esos caminos de Dios.
Ojalá sea apreciada en su verdadero valor su obra importante y justa, personal, diferente, con profundizaciones sociales, abastecida por la norma creativa de Alejandro Dumas: “El Arte se abastece de la pasión, la angustia y la miseria”.