Definimos el lenguaje como el medio que nos sirve para manifestar nuestros pensamientos. Pero una definición, si es verídica, es irónica, implica tácitas reservas. Y cuando no se interpreta así, produce funestos resultados… Lo de menos es que el lenguaje sirva también para ocultar nuestros pensamientos, para mentir. La mentira sería imposible si el hablar primario y normal no fuese sincero. La moneda falsa circula sostenida por la moneda sana. A la postre, el engaño resulta ser un humilde parásito de la ingenuidad.
No; lo más peligroso de aquella definición es la añadidura optimista con que solemos escucharla. Porque ella misma no nos asegura que mediante el lenguaje podamos manifestar con suficiente adecuación todos nuestros pensamientos… José Ortega y Gasset, La rebelión de las masas. Prólogo para los franceses.
Este libro, como bien dice Ortega en el prólogo que escribió para la edición francesa, comenzó a publicarse en un diario madrileño en 1926. Como la España Invertebrada, fue escrito al calor de la actividad política de una nación que se debatía entre la monarquía o la república.
En la primera parte del libro, cuenta con un apartado titulado “El hecho de las aglomeraciones”. Ortega destaca que en la Europa de los años 20 había ocurrido un nuevo fenómeno social: la presencia de las masas. En sus palabras:
“¿Qué es lo que vemos, y al verlo nos sorprende tanto? Vemos la muchedumbre como tal, posesionada de los locales y utensilios creados por la civilización. Apenas reflexionamos un poco nos sorprendemos de nuestra sorpresa… La muchedumbre, de pronto se ha hecho visible, se ha instalado en los lugares preferentes de la sociedad. Antes, sí existía inadvertida, ocupaba el fondo del escenario social; ahora se ha adelantado a las baterías, es ella el personaje principal. Ya no hay protagonistas: solo hay coro”.[1]
La muchedumbre, dice, cuando se hace visible, se convierte en una categoría social. A su juicio la sociedad es una unidad interesante que combina la mayoría y la minoría. Esta última está integrada por individuos que están bien cualificados o poseen poder económico. La mayoría, la masa o muchedumbre, constituye un conjunto de personas no especialmente cualificadas. En definitiva, masa es todo aquel que no se valora a sí mismo, que se siente como todo el mundo y no se angustia por eso. Interesante es que Ortega establece una diferencia entre masas y minorías y las clases sociales, pues en cada clase social, sigue explicando, existen masas y minorías. Para Ortega la masa es silente, no tiene voz, arrolla todo lo que es diferente e individual.
En el segundo apartado de esta primera parte, “La subida del nivel histórico”, el autor dice con cierto desdén que el mundo de su época vive bajo “el brutal imperio de las masas”. ¿Qué significa esto? Que las masas han pasado del olvido al advenimiento, a la superficie de la historia. ¿Será que Ortega favorece a las minorías letradas? O como él mismo dice, ¿Le provocan un poco de abominación y de repugnancia? Se responde diciendo:
“A mí, de quien es notorio que sustento una interpretación de la historia radicalmente aristocrática. Es radical, porque yo no he dicho nunca que la sociedad humana deba ser aristocrática, sino mucho más que eso. He dicho, y sigo creyendo, cada día con más enérgica convicción, que la sociedad humana es aristocrática siempre, quiera o no, por su esencia misma, hasta el punto de que es sociedad en la medida en que sea aristocrática en la medida en que se desaristocratice. Bien entendido que hablo de la sociedad y no del Estado…No; a quien sienta la misión profunda de las aristocracias, el espectáculo de la masa le incita y enardece como al escultor la presencia del mármol virgen. La aristocracia social no se parece en nada a ese grupo reducidísimo que pretende asumir para sí íntegro, el nombre de sociedad, que se llama a sí mismo “la sociedad” y que vive simplemente de invitarse o de no invitarse”. [2]´
Lo cierto es que Ortega lo que defiende es el derecho a la disidencia, a pensar distinto, a tener cabeza propia, a ser UN INVIDIVIDUO en medio de la muchedumbre. Enfrenta la mimetización que imponen las muchedumbres. La mayoría no necesariamente es poseedora de la razón. Ahí está la esencia de su pensamiento:
“Rechazo, pues, igualmente, toda interpretación de nuestro tiempo que descubra la significación positiva oculta bajo el actual imperio de las masas y las que lo aceptan beatamente, sin estremecerse de espanto. Todo destino es dramático y trágico en su profunda dimensión. Quien no haya sentido en la mano palpitar el peligro del tiempo, no ha llegado a la entraña del destino, no ha hecho más que acariciar su mórbida mejilla. En el nuestro, el ingrediente terrible lo pone la arrolladora y violenta sublevación moral de las masas, imponente, indominable y equívoca como todo destino. ¿A dónde nos lleva? ¿Es un mal absoluto o un bien posible? Ahí está, colosal, instalada sobre nuestro tiempo como un gigante, cósmico signo de interrogación, el cual tiene siempre una forma equívoca, con algo, en efecto, de guillotina o de horca, pero también con algo que quisiera ser un arco triunfal”.[3]
Ortega sostiene que las masas gozan de los placeres inventados por las minorías. En el siglo XVIII se descubrió que todos los individuos son seres humanos, por el simple hecho de nacer. Por este hecho venía con los llamados derechos naturales. En el siglo XIX al ver que las masas no hacían uso de ese privilegio que otorgan los derechos, pues seguían sintiéndose como miembros del “Antiguo Régimen”, nació la noción de pueblo soberano. Las masas sabían que eran las poseedoras de la soberanía, pero no lo creían. En el siglo XX, ese ideal que viene desde el siglo XVIII se hizo realidad: La soberanía de individuo no cualificado, del individuo humano genérico”. Se nos agotó el espacio. Sobre ese tema seguiremos en la próxima entrega.
1] José Ortega y Gasset, La rebelión de las masas. Edición francesa, Psikolibro, PDF, p. 34
[2] Ibidem, p.29.
[3] Ibidem, p. 30