Para cientos de millones de personas en todo el planeta, el fútbol es el deporte más importante, y la Copa Mundial, que se disputa cada cuatro años, es el evento deportivo más grande, sin punto de comparación.

Sí, están los Juegos Olímpicos, si insisten –pero no es una competencia única que produce un solo campeón, o sea que no cuenta. No nos molestemos en pretender otra cosa. Es la Copa Mundial de fútbol, comienza en menos de dos meses y no tiene parangón.

El país organizador este año es Brasil, lo cual plantea un interrogante interesante para un obsesivo del fútbol con una inclinación al análisis económico como yo.

Las victorias de una Copa Mundial son acontecimientos tan impetuosos que ha habido casos en que impulsaron una mejora en las economías –especialmente si el país organizador gana. Brasil puede afirmar de forma plausible que es el país más exitoso en el fútbol, y este año tiene una muy buena posibilidad de ganar su sexto título.

También tiene una economía en problemas, susceptible de levantarse con otra gran victoria –o quedar emocionalmente aplastada si le va mal.

Ciertamente, hace falta algo para hacer vibrar nuevamente la B de los países BRIC. Brasil no puede contar con el impulso inducido por los productos básicos de la década anterior.

La presidenta Dilma Rousseff enfrenta una reelección en octubre y no es tan popular como antes. En términos de política, hay mucho por hacer: las empresas de Brasil tienen que ser más libres; el sector público debe dejar de desplazar a la empresa.

La inversión privada es imprescindible para que Brasil crezca a un 4 o 5 por ciento anual como es capaz de hacerlo –pero las reformas de ese tipo requieren la confianza de los electores y capital político. Una victoria en la Copa Mundial podría aportar algo de ambas cosas.

Por supuesto, la conexión entre un triunfo en la Copa Mundial y el éxito económico no es, digamos, plenamente confiable. El campeonato en sí nunca deja de ser maravilloso, pero las ramificaciones más amplias no son predecibles.

He visitado el país organizador en algún momento de cada campeonato de la Copa Mundial desde 1994, cuando se realizó en los Estados Unidos, y este año iré a Brasil. Entre otras cosas, es un momento para que los países organizadores exhiban sus atracciones a los inversores globales.

Estas impresiones pueden ser perdurables. Recuerdo todo Seúl pintado de rojo para la presentación inesperada de Corea del Sur en la semifinal en 2002; las celebraciones alocadas en los Champs Elysées cuando Francia ganó el campeonato en 1998; y sobre todo el aparente surgimiento de una Alemania vibrante abierta al exterior en 2006.

En 2002 se habló mucho del impulso económico que el campeonato daría a Corea del Sur. Después, no he visto demasiados indicios. Se suponía que la victoria de Francia sería precursora de un resurgimiento económico. No sucedió.

Alemania ha sido un relativo éxito económico desde que organizó el campeonato en 2006, pero el supuesto cambio cultural hacia una perspectiva más internacional, equiparable a su fuerza económica, tampoco se dio. (Vaya a preguntarle a los socios comerciales necesitados de demanda en la Unión Europea cuánto cambiaron las actitudes alemanas).

También hubo gran entusiasmo con las perspectivas económicas de Sudáfrica, cuando organizó el campeonato en 2010. Hoy existe probablemente más interés por África Subsahariana que por Sudáfrica.

ZOOM

Favoritos

Además de Brasil, los favoritos esta vez son Argentina, Alemania y España, en ese orden. Uruguay también tiene un buen equipo, y debería irle bien. (Vale la pena recordar que todas las Copas Mundiales realizadas en América Latina fueron ganadas por un país latinoamericano). Holanda es el eterno rival tapado, y esta vez Bélgica tiene, asimismo, un buen equipo y podría dar una sorpresa. De los cuatro favoritos principales, Argentina y España necesitan una victoria aún más que Brasil.