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El 5 de enero de 1856, el cónsul de Costa Rica en Londres solicitaba al Gobierno inglés armas para Guatemala, y el 12 del mismo mes pedía 2000 fusiles para su propio país , “que los necesita para armar a su pueblo contra cualquier agresión a la patria”. Señalaba la petición que los fusiles serían pagados “en el más corto tiempo posible, tomando en consideración los esfuerzos que al presente hace Costa Rica”.
El historiador William Scroggs afirma que ambas solicitudes fueron concedidas, y que se dejó al criterio del cónsul costarricense escoger entre dos modelos de fusiles de cañón liso.
Cuando el cónsul pidió información al teniente coronel M. H. Dixon, superintendente de la fábrica de armas ligeras, en Efield, con relación al modelo más conveniente, se le respondió el 4 de marzo de 1856: “Puesto que las tropas (filibusteras) de Mr. (William) Walker, de las cuales ustedes tal vez tengan que defenderse, están probablemente armadas, todas o en parte, de rifles, cometería yo un error si le aconsejara comprar otra cosa que no fuera un arma igual, y creo que el Gobierno de Su Majestad no se opondría a que yo seleccionara el modelo y cantidad necesarios de los fusiles de cañón liso; y podría también hacerme cargo de que aquí estriaran sus cañones en espiral y se les pusiera una mira adecuada, cuyo trabajo costaría, incluyendo las reformas necesarias, 16 chelines por fusil”.
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Además, recomendó al cónsul comprar en los almacenes del Gobierno inglés un millón de cartuchos con casquillos, bayonetas con vaina, y todo otro equipo que fuese necesario. La solicitud de Dixon para estriar los cañones de los fusiles comprados por Costa Rica fue aprobada el 18 de marzo por el Departamento de Guerra.
Antes de esas negociaciones entre Inglaterra y Costa Rica, Wallerstein había informado a Clarendon el 22 de diciembre de 1855, de las invasiones de Walker y de Kinney a Nicaragua, y le recordaba la importancia que el istmo centroamericano tenía para Inglaterra. Destacó el hecho de que Costa Rica estaba indefensa y que por simpatizar con su país había sido víctima de la hostilidad de Estados Unidos.
Luego se preguntaba Wallerstein: ¿Habrá de llegar la hora en que yo tenga que solicitar de la Gran Bretaña la adopción de medidas eficaces, fundadas en algún principio internacional, con arreglo al cual pueda extenderse el ala protectora de los poderosos aliados de Europa, y en especial de las grandes potencias marítimas, a jóvenes y relativamente débiles naciones y territorios, contra el sistema de agresión despiadado que tiene como fin retardar, sino arruinar, su porvenir de naciones civilizadas, y que ya se hace intolerable?
Esa pregunta-declaración de Wallerstein muestra en qué medida estaban involucrados los intereses británicos en América Central. Poco después, Lord Palmerston, primer ministro inglés, recibía una comunicación de Joaquín Bernardo Calvo, ministro de Relaciones Exteriores de Costa Rica, en la que pedía que la alianza de Inglaterra y Francia en la guerra de Crimea no se limitara únicamente a la liberación de Turquía ante Rusia, sino que también abarcara, hasta donde fuese necesaria para defender el derecho contra la fuerza, o la inocencia contra la injusticia. Y Calvo pasaba a hacer una solicitud concreta: que se enviara un barco de guerra inglés al Golfo de Nicoya con la misión de impedir la invasión de Costa Rica (por los filibusteros de Walker) por el océano Pacífico.
Palmerston accedió a la petición costarricense, pero haciéndole saber que el buque llegaría a la costa con el propósito de proteger las propiedades británicas.
Era Caribe, una vez más, era escenario de las luchas de los imperios.