José Alcántara Almánzar
Ante todo, permítanme agradecerles su grata presencia en este solemne acto de premiación. En nombre de la Fundación Corripio Incorporada, que preside don José Luis Corripio Estrada, de su familia y los demás miembros de la fundación, debo expresar nuestra gratitud a los distinguidos miembros del jurado y al comité de preselección que con tanto rigor y esmero han hecho posible la elección de don Federico Henríquez Gratereaux como Premio Nacional de Literatura 2017, coronando así su dedicación al cultivo de las letras y a la intelección de nuestra «identidad», término asaz complejo e inasible como pocos, y que ha motivado estudios muy diversos entre nuestros más importantes pensadores, como lo prueban las obras más divulgadas de don Américo Lugo, el doctor Francisco Moscoso Puello y el historiador Manuel Arturo Peña Batlle, para solo citar a tres de los más connotados intelectuales del siglo pasado.
Estimo conveniente resaltar que a partir de este año, siguiendo las directrices del nuevo decreto presidencial que regula el Premio Nacional de Literatura, este queda fortalecido con la participación de un comité de preselección cuya labor no es otra que la de «contribuir con su calidad profesional a resaltar el valor de los posibles candidatos para ser tomados en consideración por el jurado calificador», es decir, a través de recomendaciones oportunas que no obligan a este ni lo condicionan a una decisión en particular. Asimismo, la inclusión de la Academia Dominicana de la Lengua en el jurado de premiación viene a garantizar, por su autoridad intelectual y ética, un mayor peso en el veredicto de cada año.
La Fundación Corripio se siente muy complacida de que el máximo galardón que se confiere en nuestro país a un hombre o mujer de letras haya recaído este año en Federico Henríquez Gratereaux, un intelectual de múltiples facetas: el periodismo, el ensayo, la narrativa; un escritor de altos quilates, dueño de una prosa cultivada y elegante; un infatigable comunicador cuyos méritos se acrecientan cuando comprobamos que para él lo más importante ha sido escribir y reflexionar acerca de la idiosincrasia nacional, sus caracteres y vicisitudes. Pero sobre todo, porque me consta que nunca anduvo detrás de este premio, pues siempre permaneció a prudencial distancia de los jueces, en una encomiable actitud, y por mantenerse al margen de los intrincados caminos para obtener al galardón.
Tengo muy presente que no me corresponde hacer esta noche la semblanza del escritor, pero quiero aprovechar la oportunidad que me ofrece esta breve salutación, para decir que de todo lo que ha escrito durante décadas, desde que obtuvo el Premio Anual de Ensayo con «La feria de las ideas» (1979), siempre he admirado en él su paciente búsqueda de aquellos rasgos que configuran un perfil de la «dominicanidad», ese concepto que hoy cobra mayor significado que en cualquier época anterior por su heterogénea y conflictiva naturaleza, y que inevitablemente nos retrotrae al siglo XVII, cuando fray Juan Vásquez escribió su inquietante quintilla:
«Ayer español nací
A la tarde fui francés
A la noche etíope fui
Hoy dicen que soy inglés
No sé qué será de mí».
Estoy seguro de que este importante galardón dará nuevas motivaciones a Federico Henríquez Gratereaux para continuar, lanza en ristre, la indagación de nuestras esencias. ¡Enhorabuena!
Muchas gracias.