Una gigantesca y rápida ola heterogénea de miedo sacude al mundo. La historia moderna no registra una coincidencia como la actual: una emergencia sanitaria con una endemia de Covid-19, conflictos bélicos en Europa y Medio Oriente, terremotos, inundaciones, incendios forestales, deportaciones y, más recientemente, una guerra de tarifas comerciales. Ciudades y pueblos que otrora fueron terrenos de ciudadanos pacíficos se han convertido en sitios inseguros para la vida. Mucha gente huye sin rumbo de un sitio para otro, intentando escapar de un peligro mortal inminente. Se vive el día a día con una percepción de ausencia de futuro. La vida organizada ya no es garantía de seguridad; el ahorro, antes símbolo de previsión ante eventualidades financieras, ha visto mermado su poder adquisitivo. El mundo industrial se estremece como si se tratara de un sismo a gran escala, debido a que el país con el mayor mercado vive un enorme déficit: está comprando al exterior más de lo que vende. Esta situación ha obligado a su Ejecutivo a incrementar los impuestos aduanales y a reducir la mano de obra foránea, con el fin de elevar la tasa de empleo entre sus connacionales. Fabricantes de vehículos, electrodomésticos y productos informáticos que habían trasladado sus capitales al exterior para reducir costos de producción y evadir cargas impositivas, hoy se ven forzados a realizar maniobras adaptativas ante la inminente crisis fabril. El tradicional flujo migratorio irregular, procedente de naciones pobres hacia los centros desarrollados del hemisferio occidental, se ve ahora drásticamente reducido. Las deportaciones de personas indocumentadas son más frecuentes y numerosas.
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Asistimos al desmonte de una normativa internacional confiable, dando paso a lo que podría entenderse como la ley de la selva: “Sálvese el que pueda”, siendo mayoría global aquellos que no pueden. Los países productores que exportan al gran mercado norteamericano verán negativamente alterada su competitividad en las tiendas, debido al alza de los precios para el consumidor estadounidense. Se anticipa una merma en la venta de artículos extranjeros. Europa, Asia y Latinoamérica, en particular, sentirán una creciente conmoción, expresada en devaluación de sus monedas locales, aumento del desempleo y restricciones en su capacidad importadora, debido a la reducción del neto recibido por los materiales que venden al mercado estadounidense. Es posible que mucha gente humilde no entienda el fenómeno de la inflación combinado con un estancamiento del flujo mercantil. Sería algo así como tener un aumento exagerado en los precios de las mercancías, acompañado de una disminución en las ventas. Tendríamos casas y apartamentos muy caros, pero con pocos clientes que califiquen para comprarlos. Las capas medias de la población, acostumbradas al lujo y a los caprichos de la moda, verán reducida su capacidad adquisitiva. Se crea un espacio social peligroso del que pueden surgir escapes emocionales como el consumo de drogas ilícitas, las cuales, a manera de calmantes, ofrecen al usuario una breve fantasía de bienestar y de abundancia.
Debemos educarnos para afrontar los retos del presente y las incógnitas del mañana. No esperemos a que nos arrope la tormenta para reaccionar, pretendiendo minimizar o ignorar la realidad.
Tengamos siempre presente a Juan Bosch, quien sostenía que cuando la economía norteamericana tiene fiebre, la nuestra padece una neumonía.