El mundo siempre ha estado desde su inicio en constante movimiento. El antropocentrismo coloca a la especie humana como rectora del Cosmos. Gracias a Diógenes Laercio, historiador de la Grecia antigua, conocemos acerca del pensamiento filosófico presocrático de Heráclito de Éfeso. Se dice que este último escribió un libro titulado De la naturaleza, en el cual se dividía la naturaleza en tres partes: el universo, la política y la teología.
El antiguo pensador era admirador del famoso rey persa Darío. Fue un adelantado a su época, su base de razonamiento sigue teniendo vigencia en el siglo XXI de la era cristiana. Veía al mundo en continuo movimiento transformador. Desarrolló la tesis unitaria de la ley de los contrarios u opuestos: Salud y enfermedad, hambre y saciedad, paz y guerra, la vida y la muerte. También advirtió el nexo de causa y efecto.
Una reseña periodística de la alocución televisada del presidente Luis Abinader, la noche del miércoles 16 de febrero de 2022, comentaba que el jefe de Estado derogó todas las medidas restrictivas implementadas en el país para enfrentar la covid-19. Ya no sería necesario el uso de la mascarilla, ni presentar tarjeta de vacunación para acceder a todos los lugares, tampoco habría restricciones en los espacios públicos, las cuales serán responsabilidad de cada ciudadano.
No cabe duda de que las conmociones sociales de protestas en contra de medidas sanitarias implementadas en Europa y Norteamérica para detener el auge y resurgimiento de la pandemia, amén del profundo impacto económico negativo causado por el coronavirus deben haber influido para que el Presidente se adelantara a retirar las prohibiciones gubernamentales. Solamente los resultados en el tiempo juzgaran lo oportuno, prematuro o acertado del desmonte sanitario. Indudablemente que se trata de una jugada crítica que conlleva riesgos como toda decisión en la vida.
Me viene a la mente una ocasión en que el exmandatario dominicano Juan Bosch comparaba las decisiones de un arquitecto sobre una edificación, así como la de un médico con su paciente, versus las de un presidente de la República. En el caso del arquitecto si todo salía mal se perjudicaba el propietario de la casa y su familia, en el del galeno lo peor sería que muriera el enfermo, sin embargo, lo que hacía el gobernante afectaba a toda la nación.
Volvemos al viejo adagio del pensador griego Heráclito, distante 2,542 años atrás: “Todo fluye, todo cambia, nada permanece”. Los futuros narradores de la historia, libres del influjo de la política de turno, podrán contarles a las próximas generaciones en base a resultados, acerca de lo beneficioso o nocivo que terminó siendo aquella decisión gubernamental de libre albedrío sanitario para cada ciudadano. ¡Ojalá haya sido por el bien de todos!