El 27 de febrero de 1844 y desde la puerta de la Misericordia en Santo Domingo, el intrépido Matías Ramón Mella Castillo disparó el trabucazo anunciando el inicio de la lucha armada para que naciera la República Dominicana.
14 años después, en 1858, dos intelectuales del Viejo continente lanzaban su histórico Manifiesto que hoy desde esta media isla caribeña parodiamos de la siguiente manera: “Un fantasma recorre el mundo: el fantasma de la Covid-19. Todas las fuerzas mundiales se han unido en Santa Cruzada para acosar a ese fantasma”.
El gobierno de la República Popular China anunció la detección de un brote epidémico de una forma de pulmonía en diciembre de 2019, detectado en la ciudad de Wuhan, capital de la provincia de Hubei, territorio de la China continental. Pocos meses más tarde Italia y España daban a conocer la expansión al sur europeo del mal que hoy se expande por todos los confines de la tierra.
El coronavirus ha puesto a prueba antisísmica a los diferentes sistemas sanitarios que rigen a las distintas naciones del planeta. Con raras excepciones, la mayoría de los países latinoamericanos y del Caribe seguían al pie de la letra las prescripciones contenidas en el recetario neoliberal impuesto por los poderes fácticos.
Resultado de la situación creada, en República Dominicana casi todos los hospitales estaban en remodelación para en lo inmediato ser convertidos en estamentos privatizados, en donde los otrora llamados pacientes se convertían de golpe y porrazo en los nuevos clientes de los negocios de salud.
Ante la avalancha de personas afectadas por el contagioso virus se ha generado un acelerado colapso del sistema de salud dominicano.
En 1970 Juan Bosch, siendo presidente del Partido Revolucionario Dominicano, expresaba sus ideas de lo que sería un nuevo gobierno perredeísta: “Tiene que dirigir sus mayores esfuerzos en el campo de la medicina antes que nada a evitar las enfermedades, a evitar las epidemias mediante vacunaciones masivas de todo el mundo, y también a evitar los males que no son epidémicos mediante una educación sostenida del pueblo en todo lo que se relacione con la salud; hay que enseñar a la gente a convertir en pura el agua impura, a mantener limpia su casa, su ropa, sus animales domésticos y los trastos que usan en sus quehaceres diarios; hay que preservar la salud del niño cuando todavía se encuentra en el seno de su madre; hay en fin, que desarrollar hasta el máximo posible la aplicación de la llamada medicina preventiva; y si no se hace así, no podrá asegurarse la salud del pueblo, y este mismo lo dice cuando asegura que “vale más prevenir que tener que remediar”.
La covid-19 ha puesto al desnudo la gran debilidad del neoliberalismo en materia sanitaria. Los presupuestos de salud son deficitarios y los gobiernos deben recurrir a préstamos internos y externos para hacer frente a la peligrosa crisis sanitaria.
La pandemia obliga a la reclusión hogareña, reduciendo por ende la capacidad productiva de la familia y aumentando el endeudamiento, provocando un ensanchamiento de la franja de la pobreza.
El coronavirus ha venido con una siniestra consigna: ¡Abajo los que están arriba!; ¡Para fuera los que están adentro!
Para quienes ignoran la seriedad de la pandemia convertida en pandemonio apocalíptico, que indaguen los efectos políticos que ésta generó en países como Argentina, República Dominicana, Bolivia y más recientemente Estados Unidos; para citar sólo algunos ejemplos cercanos.