PAPELES DEL TROPICO. Insular corazón. Si nacieras llamándote C. Rose O’brien…

PAPELES DEL TROPICO. Insular corazón. Si nacieras llamándote C. Rose O’brien…

Si así fuera, si nacieras llamándote C . Rose O’brien, tu corazón insular y extranjero estaría rodeado de cadenas montañosas, añejas baladas que sonarían como instrumentos antiguos y un gran poema de Gaitas hirsutas penderían de tu rosada cintura, silueta innombrable, a tientos en la sombra de un puerto brumoso.
Si nacieras llamándote C. Rose O’brien, saltarías con tus hermosas piernas al aire limpio, bailando danzas gaélicas de soñolienta inspiración.
Podrías llamarte Elisabeth, Emilie, Patricia, Anne, Catherine, Mary o Jacqueline, Erin, como la diosa Eire, que dio el nombre original a tu tierra de marineros y leyendas de sirenas atrapadas entre los siglos salobres, estampadas en hojas impresas. Pero, has nacido llamándote C. Rose O’brien y mar tumultuoso retumba cuando violento de dulzura escupe tu nombre entre rocas y espumas viajeras.
Con tu pelo revuelto y salino, andarías desnuda por praderas y puentes de madera perfumada, como el amor que se enamora del amor, como el amor que no se resigna al único beso furtivo entre la vieja raya imaginaria y lo azul distante y sagrado.
Tendrías faldas rojas, cuando fuera necesario y viejo radio en mesita polvorienta y coqueta, quizás ilusión rural tardía que retrata los negros vestidos largos frente a los faros asesinos de luces y premoniciones.
Si nacieras llamándote C. Rose O’brien, te repito, tendrías recuerdos, muchos.
De historias por consumar, sonreirías alegre, grácil, endemoniando el enamoramiento solícito, que alguna vez te atravesó paredes perfumadas de sentimientos.
Mirarías por alegres ventanas, cantarías con pulmones floreados, bordados de notas agudas y corcheas, trino inmenso para quererte y soñarte con delirio insoportable, porque cantarías el Song and Sunday entre órganos vetustos que despertarían lagunas de sapos y ranas encantadas, himnos matutinos de grandes nostalgias y las tiernas miradas cruzadas…
Cantarías a lo sacro como divertimento, mientras tus largos ojos verde vidrio, mirarían los vitrales de juicios finales y fuegos eternos, en la dualidad irlandesa de gigante alborada de alcoholes y tabernas, que el plácido domingo perdonaría porque un himno entre lágrimas y perdón, es propicio para volver al salvaje lunes de masa tiznada y obrera, abierta a la pradera del violento pecado entre codo y codo, tic tac del tiempo y las botellas vacías.
Si nacieras llamándote C. Rose O’brien, las flores voladoras que se negarían a ser musgos para siempre, acurrucadas en un simple rincon, serían una diadema en tu cabellera, vendado recuerdo de las danzas celtas, que supondrían solsticios y misteriosos cielos boreales.
Vendrías de noche a una cama, radiante, desde el lugar de luces perdidas a devolver cubos de madera, pequeños ositos sucios de juego y ternura, susurrarías una nana tierna para ojos tristes como los de él.
Si nacieras llamándote C. Rose O’brien, en mañanas frescas con cantatas de neblinas, con tus zapatos de doble tono, blanco y marrón, beberías el jugo de tomate acostumbrado, intenso color sangre, el alcohol amistoso de la noche anterior buscaría ruta de exterminio estomacal rauda y sin olores, porque te esperaría un salón de altas discusiones, donde tu don de mujer y humanidad brillaría en crudas batallas de ideas, justo cuando las piernas no son necesarias, justo cuando los labios son hermosos, pero deben ayudar a la boca a expresar lo que sientes en lo más elevado, ante el asombro de mentes cerradas, que no entenderían el coraje de C. Rose 0’Brien.
Habrías nacido llamándote C. Rose O’brien y nada te detendría, ni los bellos himnos episcopales cantados con coloratura rigurosa de Janet Baker, esos que aguarían los ojos como el licor fuerte de las cabañas.
Si sonara esta vez, el gran armonio de pedales con tu bella sonrisa de soltera deliciosa, iluminarías el pequeño templo donde una vez te bautizaron, C. Rose O’brien.
Habría pasado mucho tiempo desde los pequeños sostenes blancos para pezones apenas botones de mayo en jubiloso rocío.
Habría pasado tan rápido el tiempo que ya no eran botones, delicados pétalos redondos, abiertos a todas las nuevas primaveras. Palpitar rosado insigne, que nunca equivocaría el segundo de amar, por el minuto del miedo y la espera.
Si nacieras llamándote C. Rose O’brien, un diluvio de emociones traería a tu cuerpo de mujer aguerrida, soñolienta de risas, a pesar del dolor.
Hubieras tenido ojos penetrantes, la rápida mirada de una extraña dignidad inconfundible y ese largo suspiro, que a dúo hubiéramos hecho.
Navegarías entre mis brazos, señalando línea del mar, que entre tu nombre, C . Rose O’brien y el mío, dejaría un espacio infinito de razones para vivir (CFE)…

Dublín, Irlanda, 1988.