Para ti… para ustedes

Para ti… para ustedes

Pongámonos los zapatos, la camisa listada,
el traje azul aunque ya brillen los codos,
pongámonos los fuegos de bengala y de
artificio,
pongámonos vino y cerveza entre el cuello
y los pies,
porque debidamente debemos celebrar
este número inmenso que costó tanto
tiempo,
tantos años y días en paquetes,
tantas horas, tantos millones de minutos,
vamos a celebrar esta inauguración.

Desembotellemos todas las alegrías
resguardadas
y busquemos alguna novia perdida
que acepte una festiva dentellada.
Hoy es. Hoy ha llegado. Pisamos el tapiz
del interrogativo milenio. El corazón, la
almendra
de la época creciente, la uva definitiva
irá depositándose en nosotros,
y será la verdad tan esperada.

Mientras tanto una hoja del follaje
acrecienta el comienzo de la edad:
rama por rama se cruzará el ramaje,
hoja por hoja subirán los días
y fruto a fruto llegará la paz:
el árbol de la dicha se prepara
desde la encarnizada raíz que sobrevive
buscando el agua, la verdad, la vida.

Hoy es hoy. Ha llegado este mañana
preparado por mucha oscuridad:
no sabemos si es claro todavía
este mundo recién inaugurado:
lo aclararemos, lo oscureceremos
hasta que sea dorado y quemado
como los granos duros del maíz:
a cada uno, a los recién nacidos,
a los sobrevivientes, a los ciegos,
a los mudos, a mancos y cojos,
para que vean y para que hablen,
para que sobrevivan y recorran,
para que agarren la futura fruta
del reino actual que dejamos abierto
tanto al explorador como a la reina,
tanto al interrogante cosmonauta
como al agricultor tradicional,
a las abejas que llegan ahora
para participar en la colmena
y sobre todo a los pueblos recientes,
a los pueblos crecientes desde ahora
con las nuevas banderas que nacieron
en cada gota de sangre o sudor.
Pablo Neruda, Celebración (fragmento)

Escribo este Encuentro la tarde del domingo 31 de mayo, en el que la República Dominicana celebró un atípico “Día de las Madres”. En nuestra familia, como en la mayoría de los hogares, tuvimos que adecuarnos al mandato de la COVIDidianidad. Ayer sábado tuvimos un breve encuentro con nuestros hijos y nietos, con la distancia correcta indicada, pero pudimos estar juntos y decirnos cuántos nos amamos.
Hoy domingo, me he pasado el día en la casa, muy tranquila, acompañada por el hombre de mi vida, Rafael. Ese silencio y el dejar las horas pasar, te permiten recordar y reflexionar sin prisas.

Pensé en mi madre, Ana Dionisia, la mujer que tuvo nueve hijos, y se convirtió en el eje de nuestra familia. Ella llevaba las vidas de sus hijos con una precisión espantosa. Era el apoyo de nuestro padre cuando inventaba algún negocio para aumentar los ingresos familiares. Era la hija de su madre (abuela Andrea) y de su suegra (Aguian). Se ocupó de ellas con amor y dedicación. Mamá era también la tía-madre de muchos sobrinos, a quienes ayudó a educar y formar. Tenía tiempo para ser voluntaria en la Escuela de Educación Especial que formaba y forma parte Asociación Dominicana de Rehabilitación. Ser madre tan prolífera no le restaba tiempo para estar pendiente de sus amigas y de los cumpleaños y de todo el mundo. Se multiplicaba en mil, porque en las noches hacía sábanas maravillosas que luego eran vendidas en nuestra tienda “La Pagoda.” Tenía tiempo para cortarnos el pelo y hacernos los vestidos para las fiestas navideñas y los cumpleaños a los que nos invitaban.

Mi madre murió en abril de 1999, y parece que fue ayer. Recuerdo su sonrisa cálida, nuestras llamadas diarias para ponernos al día. Su saludo cotidiano “Hola more”, me acompañará hasta el día en que nos reencontremos.

Todavía hablo con ella. Ahora que soy madre y abuela, la recuerdo más que nunca, y llega a mi memoria su famosa frase cuando había una situación de dificultad: “paciencia y silencio”.

Su filosofía de vida todavía me enseña mucho, todavía hoy. Recuerdo cuando alguna de sus hijas íbamos a visitarla en la casa y cambiábamos de lugar todas sus cosas, en un intento por “redecorar” su hogar. Regresábamos tiempo después y todo estaba igual que antes. Cuando le preguntábamos decía con una risa nerviosa: “Ja, ja, limpiando se me olvidó”.

Entonces comprendí que mamá era la maestra de la “resistencia silente”, en la que, por no enfrentar a sus hijas, nos dejaba hacer y deshacer. Después, se sentía dueña de su destino, y hacía lo que quería. ¡Qué astuta eras, mamá!

Hoy, con unos pocos años menos que ella cuando se nos fue, trato de reaccionar y hacer las cosas como ella lo hacía. Todavía, más de dos décadas después de su partida, le consulto ante una preocupación familiar, personal y profesional. Y en ese diálogo silencioso con mi alma, me parece escuchar su voz y sus consejos.

El ciclo de la vida es irreversible. Fui hija, después joven mujer que cometió errores buscando con pasión y ansias su camino. Ahora que soy esposa, madre por fortuna y abuela apasionada de tres tesoros, pienso en ella, y la comprendo mejor.

Ahora que soy una mujer en el atardecer de la existencia, que ha tenido la suerte de haber podido superar la primavera existencial, pienso mucho en ella. Me lleno de orgullo de su grandeza y su sabiduría. Sin haber sido letrada, sin haber sido una amante de los libros, era capaz de analizar los hechos de la vida con una destreza impresionante.

No supo nunca acerca del movimiento feminista, ni leyó los manifiestos escritos por las mujeres que lucharon sin descanso para que obtuviéramos más y mejores derechos; sin embargo, era una defensora nata del derecho y la igualdad de la mujer. Por eso apoyaba que sus hijas estudiaran, lucharan en espacios sociales y se enorgullecía de nuestros logros, y nos acompañaba en nuestras derrotas para darnos ánimo.

Otra vez, mamá, celebro tu vida en este día dedicado a las madres. Y lo quería hacer sin estridencias, solo con este amor tan profundo que todavía siento y con el agradecimiento eterno porque Dios me otorgó el regalo de haberte tenido como madre.

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