Dedicado a mis contertulianas del grupo literario “Las lechuzas literarias”
Los episodios de dificultades nos llevan a la meditación, y a la nostalgia, peregrinación onírica que nos remonta al París de Ernest Hemingway. Gracias a la séptima relectura de su libro de memorias parisinas, llenas de humor, frescura, sentimiento e inteligencia. escrito con una prosa de aquel joven americano de unos treinta a cuarenta años, quien, como muchos de su generación, encontró en la Ciudad de las Luces, todo el despertar para nutrirse a boca llena de arte, de belleza arquitectónica, gastronomía, música y amores, estuvo envuelto en la genialidad y en el derroche artístico que ofrecían entonces los maestros de las vanguardias, tales como Picasso, Braque, Foujita, Modigliani, Chagal y otros grandes valores identificados y confirmados por Gertrud Stein.
El hedonismo existencial de Hemingway le permitió contener en su prosa toda la fuerza de su juventud, aspecto muy relevante y notificado por grandes críticos literarios de renombre internacional como Frank Kermode.
Es importante observar, que antes de dejarnos llevar por los encantos del mago Hem, es importante recordar el París de los años veinte-treinta del siglo anterior, y poner en evidencia cuáles eran esos encantos para un americano, de una voracidad varonil sin límites y de unos apetitos sensoriales legendarios. Siempre confesó que era pobre…, pero feliz, que nunca le llegaba el dinero, pero la realidad era que nunca saciaba sus ganas, de sus deseos, sus fantasmas…
París salía de la primera guerra mundial, llevando en sus adentros la herida abierta de toda Europa que se repetiría pocos años después.
Pero, esa herida de guerra no pudo borrar el alma de la ciudad donde todavía los movimientos artísticos y literarios de finales del siglo diecinueve, tales como el impresionismo y el fauvisme, pero también la memoria de muchos artistas internacionales que escogieron a París para vivir sus sueños de libertad y su bohemia.
París estaba repleta de su buen vivir, tan necesario después de un conflicto bélico mundial, en el que Montmartre y Montparnasse se adueñaban de las propuestas más avanzadas del arte , de la música, de las letras y de la arquitectura, por eso, se le otorga a Gertrud Stein, entonces residente en la rue de Fleurus a dos pasos del Barrio Latino y del Jardin du Luxembourg, la frase “París es el siglo veinte”. El libro “París era una fiesta” menciona con menudos detalles íntimos la cotidianidad de Hem en París y sus encuentros y relaciones más íntimas e interesantes “Miss Stein estuvo siempre muy amable y por un tiempo estuvo muy cariñosa…, me dejaba caer por la rue de Fleurus al terminar mi trabajo. A veces procuraba que Miss Stein hablara de libros… “Hem conoció perfectamente la personalidad de Miss Stein, y vemos en sus páginas la capacidad de observación y tolerancia, de admiración y respeto que tuvo hacia ella, sin dejar de estar consciente del autoritarismo, y de la parcialidad artística e intelectual de “la Stein” sin dejar de lado su ojo visionario, pero también sus predisposiciones hacia muchos de los grandes. “En los tres o cuatro años en que fuimos buenos amigos no logro recordar que Gertru Stein hablara bien de un escritor…” Efectivamente, la Stein sentía horrorosos celos por los escritores americanos pertenecientes a la Generación Perdida que como Hemingway habían optado residir en París por unos años y poder recorrer Europa desde la Ciudad de las Luces. “Ella no quería hablar de las obras de Anderson de la misma manera que no quería hablar de Joyce…” París era una fiesta “es una joya de informaciones y observaciones sobre la personalidad entera y temperamental de la Stein evidencia que en todo intelectual honorable y visionario inciden las debilidades humanas como la común de los mortales”.
Para quien conoce París al dedal, y para quien quiera conocer la capital de las artes de principio del siglo veinte, la referencia al libro de Hemingway es fundamental por las incidencias relacionales entre los artistas, pero además por la frescura con la que se revela la personalidad de “bon vivant” de Hem. Es un libro que conserva una alegoría totalmente sentimental y tierna, con la ciudad; es una historia de amor con la urbe, y el mismo escritor confesaba que París era su “amante”. El tono es romántico, lírico, abierto de un hombre que lo escribe a los sesenta años poco antes de morir y que deja en el lector una transferencia personaje-autor sin obligacion de caer en una biografía urbana, se trata ante todo de una evocación de vida y tiempo. Conocemos la predilección de Hemingway por la Closerie des Lilas, sabemos de su tendencia al alcohol, pero al leer sus frases todo parece la evidencia de su felicidad… “pensé que todas las generaciones se pierden por algo y siempre se han perdido y me senté en la Closerie para hacerle compañía a la estatua y me tomé una cerveza muy fría antes de volver a casa…”
El libro es muy elocuente en cuanto a los puntos simbólicos de París para artistas e intelectuales, el acercamiento a todo el Barrio, Latino, así llamado no por referente a América Latina, pero también porque la Universidad de la Sorbonne impartió sus clases en lengua latina hasta el siglo 17. A Hemingway, le fascinaba errar por las calles Mouffetard, la Place de la Contrescarpe, rue Cardinal Lemoine, donde vivió en el número 74, y pasar por los bistrots y las Brasseries a tomarse sus buenos vinos sobre todo el Marsala que le encantaba.
confiesa nuestro “personaje autor” … “no tenía dinero pero era feliz”. Muchos críticos han analizado su contexto económico y observan que no era tan pobre… pero que se lo comía y se lo bebía todo, lo que se entiende, pues París es de comérsela y bebérsela… todavía hoy.
Queremos referirnos a su relación con la literatura universal, pues no se puede soslayar la intimidad que desarrolló con la librería “Shakespeare and Company” que sigue siendo una cita obligada de todos los autores sajones y de la iteratura universal. Esta se sitúa frente a la catedral Notre Dame, en un parquecito, rodeada de bistrots, frente a los muelles del Sena. Hem conoció a su dueña fundadora llamada Sylvia, quien tenía una cara vivaz de modelado anguloso, ojos pardos tan vivos como los de una bestezuela y tan alegres como los de una niña , y un ondulado cabello castaño que peinaba hacia atrás partiendo de su hermosa frente y cortaba a ras de sus orejas siguiendo la misma curva del cuello de las chaquetas de terciopelo que llevaba. Hemingway desarrolló una vida intelectual en París, que más allá de todos los referentes al “bon vivant” de borracheras, París era una fiesta es una obra fundamental de una época y de una sociedad, además un documento necesario que saluda con amor e inteligencia el “saber vivir”, le savoir -vivre de los franceses del entre dos guerras. Hemos vuelto a la lectura de este libro como un escape donde la memoria nos trae un documento literario que no dice como se fueron forjando los años de la genialidad en las artes visuales, pero también en la literatura contemporánea, con sublimes evocaciones a Apollinaire, a Michaud, a Scott Fitzgerald a Ezra Pound.
Sin embargo, consideramos que el ensayo novelístico “París era una fiesta” conserva toda su frescura y encanto por encima de las circunstancias que nos acompañan en nuestra nostalgia e imaginario de la esperanza.