En las polvorientas calles del Ingenio Consuelo, en San Pedro de Macorís, nació Julio Adames Morales de la Cruz el 24 de julio de 1960.
Su historia es un testimonio de perseverancia y fe inquebrantable, que lo llevó desde una infancia marcada por la carencia afectiva y económica hasta convertirse en un líder espiritual reconocido a nivel nacional e internacional.
Julio creció en un entorno marcado por la ausencia de una figura paterna y la pobreza extrema.
Con solo 16 años, tomó la iniciativa de ir a trabajar en el cañaveral para poder comprarse un par de zapatos, los cuales describe ahogado en risa. Confesamos que no acabamos de entender cómo con pedazos de neumáticos y alambres se fabricaban calzados.
A pesar de esa y otras dificultades, encontró consuelo en su fe y en el apoyo de su madre, Leonidas de la Cruz Belén.
Ella fue su pilar y ejemplo de sacrificio en la habitación de tres metros cúbicos del barracón donde creció junto a ella, sus siete hermanitos y esporádicamente el padre de alguno de ellos.
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Su encuentro con la fe fue un momento transformador en su vida. Motivado por el gesto generoso de un hermano de la iglesia, quien le regaló un par de zapatos, el varón pudo asistir a la doctrina y encontró en la fe un camino de perdón y reconciliación.
Aprendió a dejar atrás el resentimiento y a perdonar incluso a aquellos que lo habían herido profundamente, incluyendo a su padre ausente.
Con la ayuda de los hermanos también dejó atrás el pantalón azul y la chacabana rosada de poliéster, con el que lo reconocían a kilómetros de distancia.
Julio persistió en su búsqueda de conocimiento y vocación pastoral. Ingresó al Instituto Bíblico de las Asambleas de Dios en 1978, con apenas un 6to. Curso de primaria, enfrentando desafíos financieros significativos. A pesar de varias promesas de una ayuda económica que nunca llegó, logró completar sus estudios y hacer la entonces intermedia.
Su matrimonio con Lucida Parra fue otro hito en su vida, marcado por la intervención divina a través de la generosidad de otros. Aun con las precariedades financieras, su fe y determinación los llevaron a través de los momentos difíciles, y juntos se embarcaron en un viaje de servicio y sacrificio pastoral.
En la década de 1980, Julio, un joven pastor, conoció a Lucía en la Iglesia de Villa Duarte. A pesar de su atracción instantánea, ella inicialmente le dijo que no se casaría con un pastor debido a las dificultades que estos enfrentan.
«Me dijo que no quería casarse conmigo porque sabía lo difícil que era ser pastor», recuerda Julio.
A lo largo de tres años, Julio perseveró, visitando a Lucía regularmente, pero sin ninguna esperanza. Y el calzado siguió siento un tema en su vida. Recuerda que salía con una pierna acalambrada de aquel lugar, al tratar de ocultar el gran agujero que tenía en la zuela derecha de su único par de zapatos.
Después de tres años sin contacto alguno, Lucía le reveló que había recibido una profecía sobre su matrimonio con un pastor. Finalmente se casaron en 1986, pero enfrentaron dificultades financieras. Julio solicitó un traslado pastoral a Montecristi, donde la iglesia estaba cerrada y solo tenía un miembro.
A pesar de la estrechez económica, recibieron ayuda inesperada de la congregación para su boda y su nuevo hogar.
Es durante este pastorado cuando Julio concluye el bachillerato.
Ladea la cabeza y mira lejos, al reflexionar sobre la bendición de tener a Lucía como compañera durante sus 38 años de matrimonio. Con un brillo en la mirada describe su relación como el regalo más grande que Dios le ha dado después de la salvación de su alma.
«Lucía ha sido mi compañera fiel en cada paso del camino. No podría haber pedido un mejor regalo de Dios», dice con gratitud.
Pero el camino hacia el ministerio pastoral no estuvo exento de obstáculos. Julio también enfrentó el rechazo y el irrespeto, la falta de estabilidad y la incertidumbre en su carrera.
Después de tres años de servicio en Montecristi, donde vieron el fruto de su labor, la pareja se trasladó a Villa Duarte y vieron nacer a sus tres hijos, hoy profesionales y al servicio del Señor. Allí continuaron su trabajo pastoral durante tres años, construyendo lazos fuertes con la comunidad.
Pero fue en Ciudad Nueva donde su camino tomó un giro inesperado. A pesar de sus esperanzas y expectativas, la atmósfera de la iglesia no coincidía con su visión. Esta es la única parte de su historia que el pastor no narra con una sonrisa.
El punto de inflexión llegó cuando un incidente reveló la falta de respeto hacia el mensaje predicado por su esposa, llevándolos a tomar la difícil decisión de renunciar.
Temprano entendió que proteger a su esposa de situaciones similares era fundamental para mantener la salud emocional y la efectividad en su labor pastoral. En 38 años han aprendido la importancia de mantener un corazón sano y manejar las emociones para seguir sirviendo fielmente al Señor y a su comunidad.
Asombra la superación en el plano académico a pesar de múltiples compromisos pastorales, familiares y la pobreza. Se recibió de licenciado en psicología, mención clínica y realizó una maestría en terapia familiar, que ejerce de manera honorífica. Tiene una licenciatura, maestría y doctorado en teología (UBI) y recibió un doctorado Honoris Causa (ACUI)
A la iglesia de Buenos Aires de Herrera llegaron sin saber exactamente qué esperar. Sin embargo, encontraron un ambiente empático y de confianza mutua, lo que les permitió conectarse con la gente y desarrollar una visión compartida.
A lo largo de casi 29 años como líderes de esa congregación, levantaron 24 iglesias y formaron cerca de 40 pastores, extendiendo la obra a diferentes partes del país. Se regocija del apoyo recibido de la gente y cómo trabajaron con una visión de expansión y crecimiento.
Rememora momentos difíciles, como un período en el que consideró renunciar al ministerio debido a problemas financieros personales.
Se quiebra al recordar el apoyo incondicional de la congregación y cómo lo ayudaron a superar la situación. El amor y la compasión que le profesaron explican sus grandes afectos por ese rebaño.
En el solo hay gratitud por las lecciones aprendidas y los momentos compartidos en esa iglesia, que hoy, como ejecutivo nacional, afirma le sirven para restaurar a otros líderes caídos, desde el amor del Cristo que profesa.
Su elección como superintendente nacional de las Asambleas de Dios en 2024 es el reconocimiento a su liderazgo y compromiso con la fe. Aunque nunca aspiró a este cargo, varias señales y profecías confirmaron su camino hacia la superintendencia, y aceptó el desafío con humildad y gratitud.
Su vida es un ejemplo vivo de cómo la gracia de Dios puede transformar las vidas y elevar a nuevos niveles de propósito y significado.