“Agradecer, levantar la mirada, amar y vivir”, con estas palabras concluía el texto, que, cual un poema, acompañaba la refinada lámina, entregada al final de la misa en la Catedral, ilustrada con una pintura esplendorosa de Patricia Reid Baquero de Egan – su identidad completa-.
Nuestra Basílica Primada parecía vibrar de una emoción que transmitía a los incontables deudos, amigos sintiéndose familiares, venidos para un adiós acongojado. Persona y personalidad, valiosa, primorosa, amorosa, sus infinitas cualidades, afectivas, humanistas y espirituales permanecen plasmadas en la obra de Patricia Reid – su nombre de artista-. Era arquitecta, decoradora, museógrafa, curadora, emprendedora… pero nos referiremos a ella por sus obras pictóricas, sus cuadros, esa creación visual cuya belleza refleja la belleza interior.
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Inspiración y pasión
Una exposición de Patricia Reid refería a un proceso emotivo e intelectual, revelando el impulso de la inspiración. Esos aspectos se han desarrollado en cada uno de sus períodos, en busca de formulaciones significativas e impactantes, frutos de mucho entusiasmo y de una insaciable inquietud creadora -temática, formal, técnica-, a menudo en las tres vertientes. Así daba una nueva dimensión para los espacios expositivos…
La pasión de experimentar coincidía con la inclinación de Patricia Reid por la pintura de temas inspirados desde la naturaleza. Transferir al arte esos temas no era perpetuar la tradición y distanciarse de una expresión actual. Por el contrario, experimentando, la artista elegía y trataba simultáneamente los motivos naturales, un aporte ecológico espontáneo.
Observamos, cómo magnificaba las flores, llevando sus ramos casi a una ultranza de la realidad: sabia comunicar a sus composiciones originalidad dentro de un género secular. Animaba aun la flora, con una suerte de metamorfosis de los pétalos y de los follajes.
Patricia Reid, en un proceso a la vez lúdico y serio, se interesó por elementos nuevos de los reinos naturales, flores, simultáneamente extrañas y decorativas, seductoras y hasta inquietantes, siendo cada obra una especie de ensayo.
Nuevos experimentos, nueva investigación, la pintora -¿espontánea o voluntariamente?- volvía a conjugar tradición y modernidad, en un andar pictórico entre lo antiguo y lo presente. Esa ruta insólita ameritaba ser recordada en un conjunto antológico, por breve que sea.
Una figuración especial
Contemplando las pinturas recientes, nos situamos en un expresionismo lírico, enfatizando las interrelaciones tonales tanto como los contrastes, con una extraordinaria riqueza de la paleta y una interpretación de la realidad exterior que privilegia las gamas luminosas.
Quien hubiera pensado que Patricia Reid, en su evolución estética, produciría una casi abstracción en base al cromatismo, una expresión opuesta a la representación fiel y a su tradición formal Avanzando por esta fase autónoma, ella se había soltado más y perfeccionado estilísticamente.
Ahora bien, Patricia Reid jamás se limitó a una representación pura y simple, ella agregaba morfologías inesperadas, tonalidades suntuosas, pigmentos texturizados, que provocaban una segunda mirada. La artista llegó a privilegiar el color y sus vibraciones, vale decir efectos ópticos. Iba creando formas fluyentes, movedizas, surgidas desde los mismos colores… Ella plasmaba una flora y una vegetación interior, reinventadas con generosidad, delicadeza y continuidad. Armonía y poesía visual emergen de la personalidad pictórica.
El contemplador se asociaba creativamente a este mundo, a la vez natural y distinto en su figuración. También, podríamos verlo a manera de emociones y estados de ánimo, de iluminaciones y centelleos.
La pintura de Patricia Reid siempre nos ha evocado el concepto de “obra abierta”, estéticamente propuesto por Umberto Eco.. Y esas miradas discrecionales culminan finalmente en el goce visual, más allá de hipotéticas correspondencias con especies conocidas.
Patricia Reid, siempre emancipada y evolutiva, ha compartido con sus seguidores una trayectoria de muchos años. Una gran retrospectiva se impone, y ahora más, cuando la desgracia de su ausencia definitiva nos priva de experimentos futuros.
Coda
Iniciamos nuestro texto, citando las palabras que concluyen el precioso recordatorio.
Concluimos, a la inversa, con su emocionante inicio:
“Podemos llorar porque se fue
Y sonreír porque vivió”.