Paul Giudicelli, un siglo 1921)

Paul Giudicelli, un siglo 1921)


(Ingenio Porvenir, San Pedro de Macorís – 13 de noviembre de 1921)
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Genial, potente, vital, autodestructivo, arrastró siempre el sino del artista maldito. Lúcido y combativo, tenía bien claro su destino de creador y su fatalidad: “Todo artista verdadero conoce por instinto su misión…El artista es un portador consciente y feliz de su mal; es un suicida y hace holocausto con placidez y orgullo”.

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Un artista que llega relativamente tarde al arte y, sin embargo, formado ya desde el principio. Un artista innovador, estéticamente revolucionario, de temperamento sincero y apasionado, pero también metódico, a un tiempo cerebral y sensual, intuitivo y conceptual, íntimo y social, inquieto y profundo.

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Un artista que, desde su primera exposición individual en la ENBA, en diciembre de 1953, a sus treintaidós años, fue una revelación. Un artista cuya obra es una verdadera epiphaneia. Una carrera artística breve, demasiado breve, de apenas diecisiete años (1948-1965), si incluimos los tres años de estudios en la Escuela Nacional de Bellas Artes, o de catorce, si tomamos en cuenta sus primeras obras, o de solo doce si partimos de su primera exposición individual. Solo cinco individuales entre 1953 y 1962. Y, sin embargo, una producción copiosa, creada a un ritmo imparable, con una fuerza compulsiva.
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Un arte abstracto, de esquematizaciones formales, de esquemas geometrizantes, que valora lo nacional y lo autóctono, que abreva en las fuentes culturales -las raíces taínas y africanas- en sus pinturas, dibujos y cerámicas. Un arte que no excluye la preocupación social y humana, la visión de la tragedia, del sentimiento trágico de la vida. Un arte profunda y esencialmente desgarrado, un arte “feo”, “difícil” para las miradas ligeras y frívolas de hoy.

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Eligió el arte abstracto como estética y como lenguaje. Lo prefirió por la libertad expresiva que le permitía y no por mero rechazo del figurativismo, “por esa libertad absoluta de ejecución que obliga al artista a descargar su fuerza interior en función biológica”, nos dice. Y así fue. En su obra, Giudicelli descargó toda su fuerza interior en función biológica y vital.

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El debate de Paul Giudicelli con Jaime Colson sobre el arte figurativo y el arte abstracto es uno de los mejores debates habidos en nuestra historia artística y cultural. Un debate llevado a cabo con tal altura y peso argumental que debe ser deleite y envidia de muchos intelectuales.

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Un auténtico creador, un artista verdaderamente innovador, tanto en la unidad dinámica de forma-sentido como en la ejecución técnica. No le agradaba el aceite, que le daba dolores de cabeza. Prefería usar otro tipo de material. Por eso, preparaba él mismo sus propios materiales. Y lo hacía para llenar su necesidad expresiva. Y así creó su propio material, que llamó “óleo-temple-plastílico”, su invento, que hacía ver a las pinturas con cierta apariencia de fresco. Su textura arenosa, como de arenilla, parecía imitar los dibujos de las cuevas taínas, las pictografías indígenas. Y para su salud personal, su invento fue peor que el aceite.

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La crítica de arte nacional ha sido unánime sobre el valor artístico, estético y cultural de su obra. Lo fue la crítica de su tiempo y lo es la crítica de hoy. No es que haya sido justa con él: es que ha caído rendida, deslumbrada y seducida por una obra singular, poderosa y contundente. La obra de Paul Giudicelli fue admirada y reconocida unánimemente por los principales críticos de arte de su época (los años 50 y 60): Pedro René Contín Aybar, Aida Cartagena Portalatín, el español Manuel Valldeperes, el rumano Horia Tanasescu…Huelga mencionar los nombres de hoy.

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Manuel Valldeperes, conocedor de su vida y su obra, escribió sobre él unas palabras hermosas, inmejorables: “Giudicelli vivió quemándose constantemente en esa vida sin reposo que fue la suya, consumiendo su materia para convertirla en algo vivo y permanente para los demás; seguirá iluminándonos a nosotros y a los que nos seguirán, con su obra de artista, que es como tal y en virtud de su genio, materia en equilibrio de la que se desprenden todas las posibilidades del hombre”.

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Cuando muere de cáncer, en junio de 1965, la patria está en pie de lucha, en guerra, en peligro, invadida por tropas extranjeras. Cuando muere en medio del fragor patriótico de la Revolución de Abril, la noticia de su muerte llega a los combatientes. Tres días antes de morir recibe los honores y el tributo de la patria agradecida.

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Una juventud caótica y atormentada, una vida intensa, productiva y apasionada, una existencia azarosa, una obra brillante y deslumbrante. Un gran creador y un personaje de leyenda. Un dominicano universal. Y, sin embargo, su vida y su obra no han inspirado entre nosotros una sola película, una pieza de teatro, una coreografía, una novela. Seguimos mirando para otro lado.

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Jeannette Miller le ha dedicado un libro al gran artista: Paul Giudicelli, sobreviviente de una época oscura. Publicado en el año 1983 por la Galería de Arte Moderno (hoy Museo de Arte Moderno), impreso en la editora Amigo del Hogar, el libro es un estudio monográfico de 96 páginas que enriquece el conocimiento y el aprecio del arte de Giudicelli. Notable ejercicio de crítica de arte contextualizada, ese libro merece ser reeditado y reimpreso, en una edición revisada, corregida y mejorada, con fotografías a to do color de las obras del artista.

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El Estado-nación y toda la comunidad artística y cultural tienen una deuda pendiente con Paul Giudicelli. Pues si bien su obra goza de amplio reconocimiento nacional, aún no disfruta de la proyección y la puesta en valor internacional que se merece.

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