Pausa necesaria

Pausa necesaria

Carmen Imbert Brugal

Babel no es, pero se parece. Alucinante el momento, trasciende las advertencias globales sobre el exceso de información, esa infodemia que intoxica, pero sirve para aquello de la alienación colectiva. Reformademia sería el neologismo criollo siempre que cuente con el beneplácito de la filóloga y lexicógrafa María José Rincón. Tendríamos algo así como reformademia fase superior del Cambio, epítome de la refundación de la república.

La buena nueva cuenta con mensajeros que repiten el libreto sin resquicio para objeción alguna. El régimen tiene aval suficiente para reiterar que la virtud presidencial permite hacer y deshacer.

La repetición ad infinitum del credo reformador distrae y confunde. Discusión entre minorías con efectos colectivos en una sociedad sin contrapesos. El poder omnímodo lo tiene una figura “porque ahora se trata de la personalización de la política y de las instituciones, se cambia el plural-nosotros, el partido- por el singular – yo soy, yo cumplo-”-Del Rey Morató-.

Tal y como anunció el presidente el 16 de agosto, viernes, en el acto espectacular que marcó el inicio de su segundo periodo, el lunes siguiente presentó ante el Senado el proyecto de ley que declara la necesidad de la reforma constitucional y ordena la reunión de la Asamblea Nacional Revisora. Nada más importaba. Él quiere y puede. La iniciativa permitía desviar la atención porque algunos percances demostraban falsía en el discurso oficial como la crisis en el sector eléctrico, el sempiterno drama del tráfico impune de haitianos. La hipérbole de los 10, 000 repatriados calmó algunas calenturas y asomó el caso Transcore Latam Aurix con el desafío inocultable al jefe de Estado. Atención concentrada en los afanes del Ministerio Público y entonces las trompetas anunciaron la reforma fiscal.

En época de bots y vocería complaciente, de los aullidos desafiantes y grotescos del alofokismo, respaldo estupendo para garantizar la paz social, resultarían inútiles las tropas intimidantes de Pedro Santana enviadas a San Cristóbal para amedrentar a los asambleístas que discutían el texto de la Constitución del 1844. La intimidación tiene otras manifestaciones. En la vertiginosa Asamblea Revisora, la solemnidad ha estado ausente. El mandato fue actuar rápido porque el presidente quiere su Constitución este año.

Y mientras la Asamblea validaba el deseo presidencial, el interés fue dirigido a La Semanal para conocer la propuesta de modernización fiscal. Horas después de la presentación, los evangelistas ocuparon el universo mediático para hablar de la construcción de la patria nueva, gracias al sacrificio colectivo, construcción postergada, durante cuatro años, porque otros pendientes desvelaban al gobierno.

Los estrategas acotejan el libreto, muchos funcionarios tienen que defender lo que antes reprobaban. Los constructores del Cambio, ahora empeñados en demostrar la pertinencia reformadora, deben repensar el guión y aminorar la intensidad. Es importante evitar la desmesura en la defensa y los desatinos frívolos para justificar el impacto de la modernización fiscal en la clase media, a pesar de su fervor abinaderista. Aunque el respaldo al presidente permite navegar con viento a favor, la pausa es tan urgente como fue la convocatoria de la Asamblea Revisora. Las tormentas en alta mar son impredecibles.

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