Nunca como ahora la humanidad había contado con recursos tecnológicos tan avanzados que fueran capaces de generar bienes y servicios suficientes para alimentar, vestir y albergar a los casi nueve mil millones de habitantes que pueblan la Tierra. Es tarea de los grandes poderes fácticos aunar esfuerzos a fin de crear un ambiente de confraternidad universal. Establecer un clima de confianza basado en el entendimiento mutuo entre las partes, a través de la búsqueda del común denominador de amor y respeto a la vida, es esencial.
Ha de llegar el día en que la confianza recíproca y el intercambio de productos se realicen de manera justa, de tal forma que todos y todas salgamos beneficiados sin que se creen obstáculos en el camino que impidan el libre tránsito de mercancías entre las naciones que pueblan la Tierra.
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Sé que habrá quienes piensen que estoy delirando y volando sobre un terreno llamado utopía. A esos incrédulos me permito moverles las manecillas del reloj y llevar sus mentes a recordar una veintena de años atrás. ¿Imaginaban entonces que seríamos capaces de comunicarnos en distintos idiomas, con voz e imagen, en tiempo real y en una multitud de lenguas?
Hemos logrado abreviar el tiempo y las distancias. En menos de una generación, personas nacidas en áreas rurales han dado el salto cualitativo a ciudadanos metropolitanos, capaces de trasladarse por vía aérea y marítima a diferentes confines del planeta. De Beijing a Nueva York y de Londres a La India, un viajero puede llegar ahora en menos de un día, cuando ayer le consumía meses llevar a cabo semejante travesía. Fábricas ubicadas en territorio chino reciben componentes de diferentes países para ensamblar maquinaria o vestimenta que será convertida en mercancía para uso transcontinental.
Soñamos con una comunidad de hombres y mujeres de bien, en cuyas mentes no anide el germen de la violencia ni del odio genocida; en un espacio huérfano de malsanas ambiciones, avaricia, rencores y envidias; un espacio lleno de gente sana y confiada, dispuesta a compartir ilusiones de progreso colectivo y respeto mutuo.
Mueve a la congoja saber que cada año se asignan enormes recursos financieros al desarrollo de misiles poderosos y ultramodernos capaces de ser programados a distancia con sistemas de inteligencia artificial, destinados a llevar su letal carga a centenares de millas. Escuelas, hospitales y edificios de apartamentos, donde se encuentran niños, ancianos, jóvenes y adultos, suelen ser las víctimas mortales de esas cargas homicidas.
Cambiemos el verbo «ofender» y sustituyámoslo por «defender». Defendamos la vida; creemos un gran ejército de soldados internacionales destinados a hacerle la guerra a las enfermedades. Organicemos una poderosa armada que lleve la educación a los rincones más apartados del mundo analfabeto.
Desarrollemos la agricultura y repartamos alimentos en las comarcas que hoy mueren de hambre y desnutrición. En vez de generar mercenarios entrenados en el odio y la complacencia por matar, desarrollemos academias de jóvenes calificados para llevar mochilas llenas de instructivos sobre la fraternidad terrenal.
Hoy más que nunca, se vale la consigna salvadora de: ¡Paz en toda la tierra para todos y todas!