Paz en toda la tierra

Paz en toda la tierra

Sergio Sarita Valdez

Nunca como ahora la humanidad había contado con recursos tecnológicos tan avanzados que fueran capaces de generar bienes y servicios suficientes para alimentar, vestir y albergar a los casi nueve mil millones de habitantes que pueblan la Tierra. Es tarea de los grandes poderes fácticos aunar esfuerzos a fin de crear un ambiente de confraternidad universal. Establecer un clima de confianza basado en el entendimiento mutuo entre las partes, a través de la búsqueda del común denominador de amor y respeto a la vida, es esencial.

Ha de llegar el día en que la confianza recíproca y el intercambio de productos se realicen de manera justa, de tal forma que todos y todas salgamos beneficiados sin que se creen obstáculos en el camino que impidan el libre tránsito de mercancías entre las naciones que pueblan la Tierra.

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Sé que habrá quienes piensen que estoy delirando y volando sobre un terreno llamado utopía. A esos incrédulos me permito moverles las manecillas del reloj y llevar sus mentes a recordar una veintena de años atrás. ¿Imaginaban entonces que seríamos capaces de comunicarnos en distintos idiomas, con voz e imagen, en tiempo real y en una multitud de lenguas?

Hemos logrado abreviar el tiempo y las distancias. En menos de una generación, personas nacidas en áreas rurales han dado el salto cualitativo a ciudadanos metropolitanos, capaces de trasladarse por vía aérea y marítima a diferentes confines del planeta. De Beijing a Nueva York y de Londres a La India, un viajero puede llegar ahora en menos de un día, cuando ayer le consumía meses llevar a cabo semejante travesía. Fábricas ubicadas en territorio chino reciben componentes de diferentes países para ensamblar maquinaria o vestimenta que será convertida en mercancía para uso transcontinental.

Soñamos con una comunidad de hombres y mujeres de bien, en cuyas mentes no anide el germen de la violencia ni del odio genocida; en un espacio huérfano de malsanas ambiciones, avaricia, rencores y envidias; un espacio lleno de gente sana y confiada, dispuesta a compartir ilusiones de progreso colectivo y respeto mutuo.

Mueve a la congoja saber que cada año se asignan enormes recursos financieros al desarrollo de misiles poderosos y ultramodernos capaces de ser programados a distancia con sistemas de inteligencia artificial, destinados a llevar su letal carga a centenares de millas. Escuelas, hospitales y edificios de apartamentos, donde se encuentran niños, ancianos, jóvenes y adultos, suelen ser las víctimas mortales de esas cargas homicidas.

Cambiemos el verbo «ofender» y sustituyámoslo por «defender». Defendamos la vida; creemos un gran ejército de soldados internacionales destinados a hacerle la guerra a las enfermedades. Organicemos una poderosa armada que lleve la educación a los rincones más apartados del mundo analfabeto.

Desarrollemos la agricultura y repartamos alimentos en las comarcas que hoy mueren de hambre y desnutrición. En vez de generar mercenarios entrenados en el odio y la complacencia por matar, desarrollemos academias de jóvenes calificados para llevar mochilas llenas de instructivos sobre la fraternidad terrenal.

Hoy más que nunca, se vale la consigna salvadora de: ¡Paz en toda la tierra para todos y todas!

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