Pedro Mir es el Poeta Nacional, incomparable en las letras dominicanas, historiador y ensayista de inmenso talento, pero no se piensa siempre en sus profundos conocimientos en artes plásticas y fotografía, llevados a libros excepcionales con un alto potencial de educación e ilustración.
La crítica de arte, expresada a un nivel de teoría, fue vertiente de su genio, y esas afinidades le hicieron aceptar la responsabilidad máxima de la asociación de críticos, en su nacimiento. Pedro Mir fue el primer presidente de la Asociación Dominicana de Críticos de Arte, fundada en el 1981 en el Museo de Arte Moderno – entonces Galería de Arte Moderno –.
Elegido a unanimidad, él prestigió ese nuevo gremio, cuyos inicios recibieron el apoyo de una personalidad tan brillante como respetada. Recordamos las reuniones en el Voluntariado de las Casas Reales.
Volvieron a elegir a Pedro Mir tres años más tarde, pues, aparte de la obra estética, sus cualidades humanas y la consideración que le profesaban, aseguraban paz y cordialidad entre temperamentos a veces volcánicos. Aun cuando dejó esa presidencia -él mismo quería ceder esta función a otro crítico-, don Pedro conservó un puesto de honor y legó recuerdos imborrables a los demás miembros fundadores.
Coleccionista, conocedor, investigador. Uno de nuestros primeros contactos con un coleccionista de arte dominicano fue la visita del apartamiento de Pedro Mir, que vivía entonces en un edificio puro “Art Nouveau” de la calle Arzobispo Meriño. Pinturas, esculturas, dibujos, grabados no ornamentaban con la frialdad de una decoración, sino que se asemejaban a la exquisita sensibilidad del escritor: ¡le rodeaban con el afecto de sus tonos y sus líneas!
Muchas de las obras, grandes por la calidad, eran pequeñas, a veces bocetos, entre las cuales se deslizaba uno que otro retrato hecho por un amigo pintor. Era la época de los coleccionistas pobres, de la compenetración entre los poetas y los pintores.
Pedro Mir fue profundo conocedor de la plástica dominicana, latinoamericana y universal. Admiraba tanto a los clásicos como a los modernos, representando Picasso para él la simbiosis máxima de dos épocas.
Ahora bien, más allá de las delicias de su conversación cuando evocaba el arte y mágicamente las palabras se vestían de colores, él escribió, para su curso magistral en la UASD, el primer tratado de estética en la República Dominicana.
Esta investigación había madurado durante años en la universidad estatal. Allí, Pedro Mir, revolucionario, esteta y erudito, que comentaba con pasión los sonetos de Shakespeare, entregó los frutos de sus lecturas y reflexiones, nutridas por la historia del arte, en un libro precursor, de ideas muy personales y apasionadas.
Aquel demiurgo de la escritura llegó a colocar la pintura y el oficio del artista plástico por encima de la literatura. Para él, los trazos, las pinceladas, los toques gozaban de un potencial único. Pertenecían solamente al autor, mientras el escritor tenía como herramientas palabras gastadas por una multitud de usuarios.
El manifestaba, hasta con vehemencia, una admiración infinita por los creadores visuales, ponderando la emoción ante sus obras.
Creaciones unidas. Si Pedro Mir manifestaba un aprecio incontenible por el arte, los artistas se le devolvían: no pocos han interpretado sus versos y sus poemas. Una versión contundente y extensa de esa interacción creadora fue la colección de pinturas que José Perdomo realizó, inspirado por «Hay un País en el Mundo».
Otra gran aventura artística compartida fue la prolongada amistad, fotográfica y personal, de Pedro Mir y Domingo Batista. Pedro Mir dedicó a las fotografías de Domingo Batista, no solamente su inconfundible verbo-melodía, sino que volvió a emitir conceptos filosófico-estéticos, motivados por lo que él llamó «el gran arte del siglo».
En pocas palabras, Pedro Mir debe considerarse como el primer teórico dominicano de la crítica de arte y el único reverenciado por todos.