Peña Gómez en el siglo XXI

Peña Gómez en el siglo XXI

Eduardo Jorge Prats

No se ha valorado en su justa medida el rol histórico principalísimo de José Francisco Peña Gómez en la transición a la democracia en la República Dominicana. El desplegar su accionar político en medio de la plena y dominante vigencia de los dos grandes líderes políticos de la segunda mitad del siglo XX, Joaquín Balaguer y Juan Bosch, a los que se contrapuso, así como las acérrimas oposiciones que suscitó por obra y gracia de su -para algunos sectores del poder- perturbador liderazgo entre las masas más empobrecidas de nuestra sociedad, urticante oratoria y políticamente incorrecto origen racial-nacional, han contribuido a este ninguneo de la verdadera dimensión de su extraordinario liderazgo.

Uno de los grandes aportes de Peña Gómez a la transición democrática lo fue su firme convencimiento de que el régimen autoritario de Balaguer solo podía ser vencido a través de la vía electoral, contrariando así al líder de su partido -Bosch- que, tachando el sistema electoral de “matadero electoral”, condujo al Partido Revolucionario Dominicano (PRD) y a la mayoría de la oposición a la abstención en 1970, a la división del PRD en 1973 y a una nueva abstención de toda la oposición en 1974.

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Su firme convicción acerca de la procedencia de la vía electoral para sepultar el autoritarismo lo llevó a entender que la única vía para que la oposición democrática desalojase a Balaguer del poder era a través de un frente opositor popular que, bajo el apoyo de los “liberales de Washington”, coaligara a las fuerzas políticas centristas, de izquierda -las famosas “garrapatas” abominadas por Bosch- y de derecha, unidas en un objetivo electoral común a fuerzas tan disímiles como la izquierda radical del Movimiento Popular Dominicano y la derecha extrema del Partido Quisqueyano Demócrata de Wessin y Wessin, frente que cuajó en 1974 y resultó victorioso en 1978. Si no hubiese sido por Bosch, la estrategia de Peña Gómez hubiera podido propiciar una alianza del PRD y otras fuerzas opositoras con el disidente balaguerista Augusto Lora en 1970, que nos hubiese economizado 8 años más de sangrienta “dictablanda” reformista.

Peña Gómez pudo mantener al PRD alejado de los cantos de sirena marxista-leninista de la “dictadura con respaldo popular” de Bosch, lo vinculó a la socialdemocracia de la Internacional Socialista y, lo que es más importante, fue precursor de las primeras primarias internas (de delegados, con la fórmula de los 13 y luego con votación universal), logrando así que el PRD sea el único partido democrático en la historia dominicana que ha llevado al poder a tres presidentes (Guzmán, Jorge Blanco e Hipólito Mejía), incluso con constituciones -hasta 1994- que permitían la reelección consecutiva e indefinida.

Peña Gómez, nuestro verdadero “padre de la democracia”, ido a destiempo, fue un líder inmune a la seducción del “fantasma de Trujillo”, que él decía habitaba en el Palacio Nacional, que supo ver más allá de la curva y fue consciente de la importancia de promover nuevos liderazgos. Su ejemplo paradigmático debe servir de fuente permanente de inspiración a aquellos dirigentes y militantes políticos que, en todos los partidos, impulsan la renovación del liderazgo político, la consolidación de la democracia y las libertades, la alternabilidad en el poder y el destierro definitivo del caudillismo, el mesianismo y el cesarismo.