Una serie de errores y un “milagro”, le permitieron a los dominicanos en la parte oriental de la isla Santo Domingo, asestar un golpe fatal contra a las pretensiones y el orgullo inglés, que pretendía ocupar el territorio, mediante una incursión conocida como “La invasión de Penn y Venables”.
Exceso de confianza y el misterio de unos cangrejos que ahuyentaron a los invasores, dieron a los dominicanos una de las victorias más significativas en la historia de la hoy, libre e independiente República Dominicana, como lo veremos en este nuevo capítulo de “Un Viaje a la Historia”, de la Fundación Corripio.
Mientras los habitantes de Santo Domingo esperaban el desembarco de los ingleses, el 8 de abril de 1655 arribó a la isla el nuevo gobernador, Bernardino Meneses Bracamonte y Zapata, Conde de Peñalva, en calidad de presidente de la Real Audiencia y gobernador de la isla.
Apenas 15 días después de su llegada, el 23 de abril se presentó en las costas de la ciudad de Santo Domingo una imponente flota de guerra al mando del almirante William Penn y del general Robert Venables.
Correspondió entonces al gobernador Conde de Peñalva enfrentar a los invasores.
Pero en vista de que su antecesor había sido el artífice de la organización de la defensa militar de la plaza, en todo momento el nuevo gobernador se hizo asistir por el oidor de la Real Audiencia, Montemayor de Cuenca. Las fuerzas inglesas consistían en 34 navíos de guerra, con unos 7000 marineros y 6,000 soldados.
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Aunque habían zarpado de Inglaterra el 1 de enero de 1655, en su ruta hacia las Antillas se detuvieron en Barbados y San Cristóbal a fin de abastecerse de provisiones y ampliar la expedición con más navíos de guerra y personal militar.
El 25 de abril los ingleses desembarcaron en Najayo, a unos 30 kilómetros de la ciudad capital, y al cabo de un día escogieron el puerto de Haina como cuartel general y centro de operaciones militares.
Ante la grave e inesperada situación que se les presentó a los vecinos de Santo Domingo, que todavía conservaban en la memoria colectiva las tropelías de Francis Drake, muchas personas, sobre todo mujeres y niños, solicitaron permiso para abandonar la ciudad y buscar refugio en pueblos del interior.
Por su parte, los ingleses intentaron tomar la ciudad capital, pero pronto fueron emboscados por lo que tan inesperada y eficaz resistencia los obligó a replegarse. La dirección de las operaciones militares por la parte dominicana estuvo a cargo de los capitanes Juan de Morfa, Damián del Castillo y Alvaro Garabito, que descollaron por su valentía y pericia a la hora de atacar a los invasores.
Entre el 27 de abril y el 1 de mayo se registraron diversos enfrentamientos entre tropas dominicanas e inglesas: primero en la sabana próxima a la muralla de la ciudad (donde hoy está el parque Independencia); luego en el fuerte y castillo de San Gerónimo, en las afueras de la muralla en dirección al sur; así como en las cercanías de los ingenios de Nigua y de Engombe.
En cada uno de esos combates los ingleses resultaron derrotados y con numerosas bajas, razón por la que decidieron retirarse apresuradamente hacia el cuartel general establecido en Haina. Se ha dicho que las bajas del invasor superaban los tres mil soldados. Incluso, hubo cientos de heridos y numerosos prisioneros que fueron recluidos en el fuerte de San Jerónimo.
En las proximidades de la playa de Güibia, donde se encontraba el castillo de San Gerónimo, los dominicanos prepararon una emboscada, con refuerzos provenientes de la ciudad de Santiago, y pudieron derrotar a los ingleses infligiéndoles tantas bajas que estos decidieron replegarse y abandonar el proyecto de ocupación de la isla de Santo Domingo.
Al pasar revista sobre el estado de sus fuerzas, los ingleses comprobaron que habían tenido más de 1300 bajas y unos mil heridos, un resultado que no lograban explicarse.
Tras algunas deliberaciones, los jefes de la expedición, Almirante Penn y general Venables, que siempre tuvieron divergencias en cuanto a la táctica y estrategia a seguir, decidieron elevar anclas el 14 de mayo de 1655, desistiendo para siempre del plan original de tomar por la fuerza la isla de Santo Domingo.
Así, con una humillante derrota, terminó la invasión de Penn y Venables quienes, en su retirada, ocuparon la isla de Jamaica, a la sazón débilmente defendida, que desde esa época se convirtió en posesión inglesa. En Santo Domingo, en adición al valor desplegado por los dominicanos en la defensa del territorio, hubo una contingencia o factor externo que, se dice, contribuyó a la victoria.
Una vieja tradición da cuenta de que la noche de la espléndida victoria de los lanceros dominicanos españoles contra los ingleses, mientras el alto mando militar inglés evaluaba la situación considerando reorganizar sus fuerzas para realizar otra ofensiva, ocurrió un hecho fortuito, que muchos consideraron obra de la providencia, y que hizo variar los planes de los ingleses.
El historiador Antonio del Monte y Tejada refiere que en los alrededores donde los ingleses instalaron su campamento en cierta época del año se criaba una gran cantidad de cangrejos entre manglares, árboles y hojas secas en las orillas del río Haina.
Esa noche, de repente, los soldados percibieron un alarmante ruido ocasionado por el movimiento de una imprecisa cantidad de estos crustáceos cuando chocaban sus caparazones.
Al no poder explicarse ese extraño y cada vez más creciente ruido, creyeron los centinelas ingleses que se trataba de las tropas dominicanas que se movilizaban para atacarlos, razón por la cual dieron la voz de alarma y buscaron refugio en sus naves.
Al siguiente día decidieron alejarse de la costa de la isla.
La tradición sostiene que tiempo después de la retirada de los ingleses, el pueblo dominicano consideró el episodio de los cangrejos como un milagro de la Providencia, cosa que dio lugar a que se fabricara un pequeño cangrejo bañado en oro que fue venerado como trofeo que simbolizaba la victoria contra los ingleses.
La leyenda agrega que cada 14 de mayo, día en que se recordaba la victoria dominicana contra los ingleses, se celebraba una fiesta religiosa en la cual el cangrejo de oro era exhibido en procesión.
Durante poco más de un siglo se conservó el cangrejo de oro, que, siempre de acuerdo con la leyenda, desapareció a principios del siglo XIX durante el período conocido como la Era de Francia en Santo Domingo.
Lo cierto es, sin embargo, que tras el rotundo fracaso de la invasión inglesa de Penn y Venables, la colonia de Santo Domingo retornó a la normalidad. Procedía restaurar la paz, la confianza de los vecinos, y reorganizar la vida colonial de modo que los dominicanos españoles pudieran disfrutar de mejores tiempos.
Pero, una infeliz disposición del Conde Peñalva cambiaría el rumbo que debía seguir el colectivo en su anhelo de unidad territorial. Fue impartida la orden de desmantelar la isla de la Tortuga a fin de que los soldados que la protegían se reintegraran a la ciudad capital.
La severa medida, sin dudas, permitió que los anteriores aventureros que antes la habían habitado volviesen a ocuparla. Desde el 1655 los dominicanos españoles perdieron definitivamente el vasto territorio de la parte noroeste de la isla.
A partir de ese momento el destino de la isla de Santo Domingo quedó marcado para que, andando el tiempo, en su territorio fuera ocupado por los franceses y finalmente dividido en dos Estados naciones con historia, cultura, lengua, creencias y mentalidades diferentes.