Sostiene José ingenieros en su obra “El hombre mediocre”, que: “Un ideal colectivo es la coincidencia de muchos individuos en un mismo afán de perfección”. Agrega que, “Cada era, siglo o generación puede tener su ideal; suele ser patrimonio de una selecta minoría, cuyo esfuerzo consigue imponerlo a las generaciones siguientes”. Exactamente lo que en la actualidad discutimos.
Hoy que muchos suelen compararse con personas del ayer, esas escrituras toman más valor. Una parte de la sociedad ha preferido lo vano, lo fácil, el camino más corto para alcanzar ciertos propósitos. En los barrios no se debate sobre clásicos, ni se hacen competencias culturales. Los clubes, que en otros tiempos sirvieron de refugio político e intelectual, hoy no cumplen ese rol. Parecería como si fuese un privilegio y perteneciera a un colectivo mínimo el ser culto, el intentar formarse. Nada más ajeno a la verdad. Al menos en el ámbito deportivo la realidad es otra. Un gran resorte ha sido la recreación y aspiración deportiva.
Marco Aurelio, en palabras del distinguido jurista Ricardo Rojas León, “el más culto de todos los emperadores romano”, en “Meditaciones”, escrito entre el 170-180 d.C, expresó en su Libro II: “¡Qué rápido termina todo! ¡En el mundo nuestros cuerpos y en el tiempo los recuerdos!”. Y más adelante dice: “Aunque vivieses tres o treinta mil años, no olvides jamás que nadie pierde más vida que la que tiene, ni goza de otra vida distinta de la que pierde. Así pues, la vida más larga y la más corta vienen a ser lo mismo”.
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Como todo en la vida resulta ser subjetivo en la actualidad, la cita anterior del estoico romano puede analizarse en dos ámbitos: quienes piensan que esa vida de la que habla debe aprovecharse en bien de la colectividad, para dejar un mundo mejor; y, quienes la viven de manera egoísta, sin importar dejar un legado positivo a las nuevas generaciones. Ahí reside el verdadero lamento de quienes han tenido la oportunidad de alargar los años. Aquellos que por obra y gracia pueden comparar épocas. Ellos son los jueces que hoy sentencian cuánto ha cambiado nuestra sociedad, y no necesariamente para bien.
Como sociedad estamos llamados a renovar “El Contrato Social” propuesto por Rousseau. Tal cual sostiene en el Capítulo II, De las primeras sociedades: “La familia es la más antigua y la única sociedad natural que existe.” Esta verdad indiscutible, hoy tambalea. Lo que como orden natural debe darse, “los hijos solamente permanecen vinculados al padre mientras lo necesita para su conservación”, hoy resulta ser lo opuesto.
Muchos padres no muestran compromiso con sus hijos en ninguna de sus etapas, lo cual provoca que los mismos se hagan hombres antes de tiempo, sin orientación, ni rumbo, tal cual cualquier simple ser vivo. La familia debe reencontrarse. La unión y el apoyo familiar debe ser la regla, no la excepción. Solo así podrá pensarse en el colectivo social. Una sociedad solo puede ser mejor o peor dependiendo del comportamiento de su principal activo: el hombre.